martes, 1 de abril de 2008

EL AMOR

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Y ahí estaba yo, de pie, frente a ella, mirándola como si fuera la primera vez.

Sus ojos se abrazaron a los míos casi con furia, como si no quisieran separarse nunca más. Respiraba entrecortadamente a causa de la emoción, y su pecho ascendía y descendía arrítmicamente, intentando a duras penas enjaular su excitación. El aire que nos separaba era un intruso entre nuestros cuerpos, que deseaban encontrarse como las flores desean la lluvia. Al mirar sus manos temblorosas comprendí, como si me hablaran, que sus dedos soñaban con clavarse en mi piel, que sus labios ardían por devorar los míos con frenética desesperación. Nos dijimos mil palabras en dos segundos de silencio, y nos ensordecía el sonido de nuestros propios corazones al llamarse. Sin desplazarnos del sitio, a dos metros de distancia, nos desnudamos el uno al otro y nos amamos como en los libros de poesía. Sin mover ni un solo músculo, confundimos nuestros cuerpos en una vorágine salvaje. El salado rocío de sus ojos brilló un instante al amanecer su mirada, en lo alto de su mejilla, antes de besar el suelo.

Disparó, y todo se volvió...

... negro.

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