martes, 2 de diciembre de 2008

El Vasco...

La Esperanza era un bar para los que bajan, que entraban arrastrados por el nombre, agarrados a él con la misma fuerza que a la botella. Lo monté cuando ya no me quedaba nada, cuando era mi última estación, lo único que me quedaba por perder; por aquel entonces, llamarlo así me pareció lo más natural.

El Vasco se sentaba siempre en la única mesa que daba a la ventana, siempre mirando a la calle, como un pájaro que mira a través de los barrotes de la jaula. Digo siempre, porque El Vasco entraba puntual todas las noches a las diez, se dirigía hacia la esquina del bar y, una vez allí, se recogía en su asiento, dejando caer todo el peso de su vida en la silla de madera. Y cada día parecía querer huir de allí; de lo que, a la vez, era refugio y cárcel, un vagón del metro a ninguna parte. Todo esto, claro, era lo que yo imaginaba, porque a mi, El Vasco nunca me dijo nada; ni si quiera le oí pedir nunca una copa, ni una tapa, ni que cambiase de canal.

Tenía un cuerpo grande, fuerte, los hombros echados hacia delante, la cabeza gacha y un pelo grasiento, largo, ligeramente despoblado. Me pareció un leñador, de ahí lo de El Vasco, agotado por el trabajo diario. Un día, al principio, me acerqué, le miré a los ojos, unos ojos rodeados por inmensas bolsas de carne, que parecían querer abrazarlos y cerrarlos por completo. Su cara era la del vino y eso es lo que le serví. Miró la copa, me miró a mi, tomo un sorbo y volvió la vista, de nuevo, hacia la ventana. Y ahí quedó todo. Eso sí, al irse dejó dos euros sobre el mostrador, y a partir de entonces era lo primero que hacía al entrar en el bar, dejarme los dos euros en el mostrador.

Me había acostumbrado a que, para muchos, la melancolía y la palabra van reñidas; nostálgicos del recuerdo, viven en mundos paralelos imposibles de compartir. Para otros, el tapón de la botella era el tapón de su alma; una vez abierta, había que verterla entera hasta caer inconscientes o salir del bar maldiciendo su destino. Unos y otros convivían cada noche en La Esperanza, mezclando en el humo sus vidas, compartiendo un estado de ánimo. Para mi, detrás de la barra, era como el consuelo de los acabados, entre los que me incluía, y por eso siempre me fascinó El Vasco, sentado en su silla, mirando por la ventana, ajeno al resto del grupo. Ni siquiera parecía advertir los cambios de humor, las celebraciones, que alguna había; para El Vasco, estaban él, su silla y la ventana.

Aquel trece de Octubre, siempre lo recordaré, encontré una carta al llegar al bar, mezclada entre el resto de la correspondencia. No tenía remitente, no podía saberse de quién era. En su interior, una foto de una mujer, y un breve papel que explicaba que se llamaba Esperanza, que le había abandonado el mismo día que por casualidad se cruzó con el bar y que, desde entonces, había decidido sentarse allí a esperarla. Mientras leía, no pude ponerle voz a aquellas letras porque, para mi, El Vasco era mudo, y cualquier voz que hubiera tenido me habría resultado ajena, distante, falsa. Terminaba la carta con un rotundo Hasta la esperanza llega a perderse a veces... Cerré la carta, con un asomo de lágrima en los ojos, y me serví un vino. Nunca supe por qué El Vasco me dejó aquella carta; no lo volví a ver más.

domingo, 30 de noviembre de 2008

l-a-t-i-d-o-s

Sabine no se había puesto ningunas medias nuevas. Sólo llevaba una camiseta negra básica de su armario
–si, quizás con sugerente escote-
cargada hasta las pestañas de atrezzo vital y ni siquiera le había dado tiempo a ponerse las lentillas esa mañana. Estuvo recogiendo su habitación antes de salir. Recolectando basura. Le resultó curioso que aquel mismo kleenex que él utilizó para limpiarse el semen de su tripa fuera el mismo que ella había utilizado para llorar por él dos días atrás.
Aquel día Sabine volaba.
Volaba por la calle sobre las hojas que aún no había dado tiempo a que barrieran. Se había sentido así en algunas otras ocasiones, pero aquel día le puso nombre.
Todo era sexo.
Lujuria se había hecho con sus horas y la seducción era la única regla a seguir porque sus dados sólo tenían una cara.
Porque cualquier otra cosa hubiera sido imposible.
Los labios de rojo, claro. El resto daba igual porque todo era posible.
Sentía
, pero ante todo era.
Disfrutaba del contacto de las yemas de sus dedos contra las teclas del ordenador,
casi respirando sin pulso,
o el PULSO a.c.o.m.p.a.s.a.n.d.o. los golpes…
Sus tobillos intimaban bajo la mesa a ritmo de latidos, de cada uno de los que la miraban.
Ellos lo sabían.
Ella descompuesta en átomos de mesa, hojas, l-a-t-i-d-o-s contra pulmones, segregación en feromonas, en miradas de piel y clac clac clac… la vida.
Sintiéndose más, porque es más todo.


jueves, 20 de noviembre de 2008

Fallido

Una lágrima corría por su mejilla mientras oía la lejana voz del médico fuera de su cabeza.

- Se encuentra estable. Pero no sabemos si se despertará algún día.

Cuando se quedó sólo frente a él, las palabras apenas salían de sus labios.

- Lo siento, padre. Debí apuntar mejor.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Casualidades (II)

De camino a casa, con el Ford Ka rojo de alquiler, escuché todo el repertorio de Mano Solo del MP3, que aunque no lo entiendo, me llena de sensaciones y sentimientos, empezando con Je suis venu vous voir, versión concierto; tengo que aprender francés, está claro, aunque igual cuando le entienda me gustará menos; a veces es mejor no entender según qué cosas. Sucedieron un par de días de descanso, televisión, poca música, tortellinis, lomo con brie -mi especialidad-, y un zumo exquisito de naranja y melocotón. El segundo día por la tarde decidí que no estaría mal salir de la casa, que de la manera actual igual podría estar en Alpedrete que en Mallorca. Salí y me compré una Lonely Planet de la isla, en inglés, porque conseguir algo en Español en Mallorca es como conseguirlo en Berlín.

A la mañana siguiente, abrí la guía por el resumen y ví que hablaban maravillas de Deiá, así que metí una toalla, un bañador, un libro y el portátil en el Ka y me puse a serpentear por las carreteras mallorquinas. De camino podía pasar por el Castillo de Alaró, que también lo destacaban en la guía. Feliz me fuí para allá con el plano de la guía como único mapa; está bien renegar de los gps’s, aprender a orientarse con las señales, o preguntando, pero, ¿iríais por Madrid en coche, con un plano de metro para orientaros? Por suerte el aleatorio del MP3 iba soltando perlas como Podré tornar enrera -algo que me he preguntado muchas veces-, de Sopa de Cabra, Por, de Els Pets, The Secret’s in the Telling, de Dashboard Confessionals y Nacidos para perder, de Sabina. Varias vueltas innecesarias por el interior de Mallorca después, con parada intermedia para el café de las doce -imprescindible-, llegué a Alaró.

Tras unos kilómetros de sendero de doble sentido, pero estrecho como el Ka, haciendo mil maniobras para dejar pasar a los que bajaban, llegué al parking. ¡Qué bien!, ahora andar un poquito y unas vistas preciosas. El kilómetro y medio que, según la guía, hay del parking hasta el castillo, debía ser originalmente milla y media y se perdió en la traducción. Totalmente desfondado, después de andar casi una hora a buen ritmo, hidraté el cuerpo con cerveza y la mente con las vistas. Previamente me había vuelto a poner la camiseta que me había quitado para subir, no fuera que me echasen comida los guiris al llegar al castillo. Tan solo las moscas impedían el descanso absoluto. Impacta la sensación de reencontrarse con el silencio, como puede uno pasar tanto tiempo sin tener la sensación de estar envuelto solo de aire, montañas y como único sonido las hojas que van cayendo de los árboles. Mi cuerpo asimiló rápido la cerveza y la tripa comenzaba a rugir, así que bajé bastante más rápido de lo que había subido -suele pasar-. El escalope del restaurante que había justo antes de llegar al parking estaba exquisito, pero costó entrarlo entero, uno nunca ha sido de comer demasiado. La camarera, camiseta y pantalones negros, morena de rizos largos y la piel café con leche, parecía preocupada porque no me hubiera gustado. Otro en mis circunstancias le hubiera dicho algo como que me había gustado casi tanto como ella, pero en esos momentos estaba más preocupado porque la cerveza empujase al escalope hacia abajo. Cuando uno puede comer con calma, tranquilamente, viendo el espacio crearse para el siguiente bocado, saboreando el café de después, dejando correr el tiempo sentado en la silla, la vida parece tener más sentido.

Había estado pensando, en el camino en coche hacia el castillo, en la morena del aeropuerto y, en aquel momento, entró por la puerta del restaurante; sigo creyendo en las casualidades. Llevaba la misma mochila enorme del otro día y llegaba toda sudada; es imposible que no me la haya cruzado al subir ni bajar, imposible. Me miró y, en aquel momento, deseé que ella no creyese en las casualidades tanto como yo. Se sentó frente a mi y esbozó una media sonrisa -creo que es la primera vez que la veía reirse, en el aeropuerto me pareció que estaba muy seria. - Pensé que no te volvería a ver -dijo-. Ya no recuerdo lo que le contesté, la verdad. A veces, la mente bloquea el recuerdo de que uno mismo perteneció a la escena y se concentra en el otro y en las sensaciones, las emociones; en todo lo que implicaba su frase y en aquella agradable, tan inesperada, situación.


continuará...

viernes, 10 de octubre de 2008

BAILES INDIOS

Sally entreabre perezosamente un ojo, y sonríe cuando vislumbra entre las legañas a su bravo. Nube Amarilla, nunca hasta anoche había dormido en una cama, ni había hecho el amor dentro de unas paredes que no fueran de piel de bisonte. Sally, ya algo más despierta, aparta el edredón y recorre con la mirada el cuerpo de su bronceado guerrero, de su puma, de su coloso de la reserva. Y pensar que yo quería ir a Cuba, se dice con una nueva sonrisa en los labios. Esto de tener amigas antropólogas es impagable.


Unos minutos más tarde, Nube Amarilla se despierta, masculla unas palabras en lakota, se levanta brioso y camina hacia el cuarto de baño. Sally ve alejarse su cuerpo desnudo por el hueco de la puerta, y suspira de placer.

Poco después, el suelo de la casa retumba con un rítmico estampido, mientras unos estridentes gritos traspasan las paredes.

-¡No, cariño! –Sally se levanta de la cama, muerta de risa -. ¡No hace falta la danza de la lluvia para abrir la ducha! ¡No te preocupes, ahora te enseño el mecanismo!

domingo, 5 de octubre de 2008

Casualidades.. (Parte I)

La puerta 18 del aeropuerto estaba prácticamente vacía, tan sólo algunos extremadamente previsores o, que como yo, habían enlazado los distintos transportes con precisión milimétrica. Me encogí en uno de los asientos, descansando las piernas sobre la maleta y encendiendo el MP3, justo para que Van Morrison me balancease entre la nostalgia y la melancolía con su Magic Times. Nunca sabes si es tu estado de ánimo el que encaja con la sesión aleatoria del bicho o si es la música la que te cambia el estado de ánimo. En cualquier caso, me sedujo el viaje propuesto por Morrison y lo acompañé con Bridges de Tracy Chapman. Puentes que se queman o quemas, un día te encuentras andando sólo. A veces las mejores intenciones no hacen que las cosas vayan bien; esa frase me llega, en inglés suena definitivamente mejor. Sumergido en estos pensamientos no caí en que ya tenía a un matrimonio sentado al lado y los asientos comenzaban a escasear. El hombre con cara de buena persona, transmitía tranquilidad, me recordaba en cierto modo a mi abuelo.

Andaba pensando en mi abuelo, con la cabeza echada hacia atrás, escuchando As Ilhas das Açores, de Madredeus, canción que creo puede tranquilizarme en cualquier momento, cuando noté que alguien ocupaba el asiento de mi izquierda. Junté los dos brazos dentro del asiento, evitando así el contacto y salirme del estado en el que estaba sucumbiendo gracias a la canción. Una cuna en medio del mar, las olas ligeras que mecen suavemente la cuna mientras las manos rozan el agua y la brisa despeja la cara de todo pelo, todo pensamiento. El bicho quiso que después de la calma viniera la tempestad con Sharabbey Road de Vetusta Morla y desperté súbitamente; el mar ya no estaba, la cuna había desaparecido, pero tenía a mi lado a una morena, de pelo rizado, camisa morada y una mochila enorme, leyendo una guía de Mallorca. Despertarse, al fin y al cabo, no es tan malo, pensé. Cerró la guía y pensé en un millón de frases introductorias para una conversación, todas centradas en la idea de que ella viajaba sola a Mallorca y yo también, lo que me parecía una combinación perfecta. Hubiera sido tan fácil como un “me dejas la guía un segundo, he estado pensando en comprarme una, porque voy a estar unos días sólo por Mallorca y...”, bastante sencillo. Esa timidez que aparece en los momentos más inoportunos me hizo no abrir la boca y quedarme escuchando los compases de Chasing Cars, de Snow Patrol, seguido de Burgundy Shoes, de Patty Griffin. Soy un escéptico, creo en la casualidad y no en el destino, pero sí creo en las energías y, sentado en aquella butaca del aeropuerto, la tensión para mi era palpable. Es probable que ella estuviera pensando en una frase para arrancar, o en lo estirado de su vecino de butaca, que no solo no decía nada, si no que andaba absorto en su música. Se levantó y se fue. Obviamente, la esperanza de que le hubiera tocado el asiento contiguo al mío no se cumplió; el destino... perdón, la casualidad, no suele dejar tantos caramelos seguidos.

viernes, 3 de octubre de 2008

VOLAR - Capitulo 2. Atado

“Despierta cabrón” Gritaba mi madre, a la vez que el despertador “Eres un maldito holgazán, cómo te crees que tu padre y tu abuelo mantuvieron en pie la tienda”. Me dirijo al baño, y siento que todo da vueltas. Me duele la cabeza y apesto a alcohol. “¡¡¡Son las 9:30!!!, cómo no abras hoy a la hora” Me doy una ducha, tomo un café, y cojo el coche a la tienda. Mejor desayunar fuera de casa, parar en una farmacia a por gelocatil, en la guantera ya no me quedan. Desayuno en los Manolos, y mientras miro como el plato de churros se pierde en el vacío, las arcadas me vuelven. “Despierte” La camarera me toca el hombro, siento como la babilla me cuelga, y sin decir nada me voy al baño. Mierda de vida. Me quedo sentado en la taza del water y saco un rotril de mi bolsillo. Escribo no me acuerdo qué gilipollez sobre la pared. Poco a poco me recupero, y miro el reloj, son las 9:57, más vale que vaya a la tienda.


Cuando entro Roberto ya ha abierto las persianas y todo parece en funcionamiento. Si mi madre me dejara le hubiese vendido la tienda. Con ese dinero y la pensión de mi padre, hubiese trasladado a mi madre a Antequera, para que disfrutara del sol y dejara de joderme con sus sermones. Sin él todo se hubiese ido al garete, y sin mi madre detrás, creo que él se hubiera ido sumando sueldo tras sueldo hasta vacíar las cuentas. Pero otra cosa no pero tocar los cojones, eso sí que sabe mi madre, y lo mismo de cuentas. A veces pensaba que se tiraba a mi madre, luego cuando me tiraba a su hija, me enteré que no, que a él le iban otras cosas. Entre los dos hacen un gran equipo, y cuando estaba mi padre, dicen que la tienda iba viento en popa. Ahora vamos bien, sobrevivimos y en navidades nos forramos. Se nota que cada vez más se extienden los rancios abolengos, y las camisetas de monta, hemos ampliado la sección de ropa porque es la preferida de las niñas. Cada vez más perifolladas, doblamos el precio cuando les vemos entrar con los dejes de salamanca, y el bien hacer de la rozas. Pero son las que nos dan de comer, mientras los clientes de siempre, los que saben de la calidad del cuero, quienes saben distinguir una escopeta china, de una obra fabricada en Guipúzcoa por el ruido del percutor, son a los que mi padre llamaba señores, y antes de eso mi abuelo les servía un vino en la trastienda. Ahora son cada vez menos, nuestros contactos, unos se han ido muriendo, otros los he ido perdiendo.


Suena el teléfono y es mi madre, le pido que lo coja Roberto, y que le diga que estoy en el almacén, haciendo el recuento para terminar los pedidos. Por suerte me viene un excusa mejor, me llama Sara al móvil. Se disculpa, me dice que me tiene abandonado, que ahora tiene mucho trabajo. Está terminando el proyecto de fin de carrera, y encima las clases particulares la tienen hasta las mil los fines de semana, quiere conseguir dinero para que este verano recorramos juntos el sur de Italia. Pienso en decirle que no se preocupe que yo tengo dinero, pero como siempre entramos en la discusión prefiero que haga como quiera, y dejarlo todo en paz. Nos reímos un buen rato y quedamos en vernos. Al instante mi madre, me llama directamente al movil, y cuando le digo que estaba hablando con Sara en lugar de insultarme no para de adularla, y repetir que es lo único bueno que tengo, que espera que no la cague, y algún día nos casemos. Como si esa fuera la solución a todo, el punto y final.

miércoles, 1 de octubre de 2008

lo pinté yo...

Oscar estira una y otra vez la chaqueta, que parece querer incomodarle, mientras siente que medio autobús le está mirando. Mete los dedos por el cuello de la camisa únicamente para volver a comprobar que sí, que hay hueco y que no, que la camisa no se da de sí. El mismo autobús de cada mañana, piensa, nunca lo había cogido a esta hora. La luz no es la misma, el paisaje parece distinto, más nitido, y todo lo que ya había visto anteriormente, parece ahora renacer con formas distintas. Pasea por las mismas calles, esta vez a paso más ligero, se detiene en los mismos semáforos, contempla los mismos escaparates, pero, al llegar a su destino, la puerta por la que entra es nueva. Una vez dentro, contempla los gigantescos mármoles, los espacios abiertos, las fotografías colgadas como cuadros, las eternas escalinatas, las mujeres de tacón alto y copa de champán. No puede evitar, por un momento, sentirse incómodo con sus ropas, ajeno, con la sensación de decenas de ojos que le miran desde todos los rincones, como si detectasen que él no pertenece al sitio, como juzgándole. La excitación del momento, la enormidad del sitio, le hacen olvidar rápidamente sus incomodidades y busca la entrada en el bolsillo interior de la chaqueta, vuelve a mirar el precio, insultante, exagerado, en cierto modo vergonzoso, y recuerda la cara de su madre al dársela en su cumpleaños.

Pasa los minutos, estático, como clavado a la butaca, con los ojos vidriosos contemplando el escenario, la mente absorbiendo todo cuanto pasa y, cuando Francesco Hong e Indra Thomas cantan a duo sobre un paraje desolado, medio temblando y con los pelos completamente erizados, observa el gigantesco tronco de poliuretano y piensa, ese tronco lo pinté yo....

lunes, 22 de septiembre de 2008

Yolanda y Ecuas...

Yolanda se ha puesto una falda verde, un jersey por los hombros y con una diadema deja que todo el pelo liso le caiga por la espalda. Coge el cochecito, llama al ascensor y, cuando Carlos, apoyado en el alfeizar de la puerta le dice, con los ojos sombreados por la tristeza, -¿hasta cuándo piensas seguir así? -más parece un ruego que una pregunta- ella, simplemente, pulsa el botón del bajo y las puertas del ascensor se cierran. Nunca sabrá, como tantas cosas que uno nunca llega a conocer, que Carlos aquella noche tardó diez minutos en cerrar la puerta, de cuclillas, llorando en el alfeizar. Afuera, el silencio solo es roto por el intermitente paso de los coches y, ya en el parque, tan solo el sonido de algunas hojas al caer de los árboles, las ruedas del cochecito girando sobre la piedra.


La farola, como cada noche, alumbra las hojas de Ecuas, les da calor. Éstas pasan de largo, rozando la farola a su paso, se proyectan hacia la novedad del húmedo césped, lejano, sin llegar nunca a tocarlo. El césped, la farola, siempre han estado allí, compitiendo a su modo por los favores de Ecuas, que parece cansado de la conocida farola y crece hacia lo inexplorado; la magia de lo desconocido.


Yolanda pasa con su cochecito vacío por debajo de Ecuas y, por un momento, el viento mece las hojas y su pelo al unísono. Dos mundos que, por un instante, se tocan y comparten; ella se detiene, se sienta en el banco a contemplar el árbol. Allí, bajo la tranquilidad de las hojas alargadas, iluminadas por la farola, contempla el interior del cochecito y las lágrimas comienzan a caer sobre el césped.

jueves, 18 de septiembre de 2008

VOLAR - Capitulo 1. (Sabor)

Mi primer recuerdo es el olor a aceite, duro e intenso que cubría las manos de mi padre. En la escuela te sorprende que nadie sepa la diferencia entre un calibre 32 con recubrimiento de teflón, a otra con recubrimiento de cobre. Explicas a tus compañeros como cargar un arma, y seas la referencia para las películas de guerra. Haciendote el rey del recreo, mientras los demás flipan con las historias de caza, y con las fotos de armas semiautomáticas que traes a clase. Las primeras pistolas de aire comprimido que confiscan en el intituto las vendes tu, y con eso te compras el skate y un walkman. Recibes no sé cuantas broncas de más de un profesor, y a otros en cambio, los ves por la tienda. Pero en general fue una suerte que mi padre tuviera una tienda de armas, anteriormente de mi abuelo que se la dejó al morir. Me pasaba todos los fines de semana en el campo, los veranos durmiendo a la intemperie, para que al volver todos te pregunten donde has estado, que qué has cazado, que si has matado alguna vez. Las navidades eran tiempos para estar en la tienda, empaquetar rifles, cuchillos de supervivencia, cajas de cartuchos, y de más cosas que no te sorprenderían. Y poco a poco , ese mismo olor, va impregnandose en tus manos, vas haciendo tus amigos de cacerías, hijos de otros cazadores que ya no eran fácilmente impresionables, pero con quienes podías mantener discusiones tan interesantes sobre el número de puntas del ciervo que cazó tu padre el año pasado, el campeón de caza, las quejas nuestros padres sobre la ley de caza de 1995 o las alabanzas a la reforma regional sobre la caza de perdiz con reclamo y de liebre con galgo. De esa época guardo dos amigos, Julito, que era hijo de un fabricante de conservas gallego muy amigo de mi padre, y Sara. Como es normal, o a mi me lo pareció, desde los 12 años julito y yo estuvimos enamorados de Sara, y ella nos consideraba sus mejores amigos. Vimos como besaba por primera vez a Andres Montera, y como tuvo que irse a la mañana siguiente con el pelo lleno de cola y chicle. Eramos niños y nos movíamos por un entorno donde la muerte estaba presente en todo momento, el ciclo completo de la vida se servía en la mesa. Había seres supoeriores, nosotros que teníamos la capacidad, y el derecho de quitar la vida a los animales, mirándolos cara a cara, y exhibiéndolos en nuestros salones, en nuestros platos como trofeos que demostraban que el ser humano, de la mano de dios, había llegado a la cúspide de la evolución. Era un deporte, una forma de vida, la filosofía que devolvía a los orígenes del ser humano. Porque la gente que va al supermercado no presencia la muerte del animal, no se enfrenta al animal, y a su agonía, y luego nos iban criticando. Ya fueran compañeros de instituto, profesores, o amigos sentías en sus silencios la crítica, y cuando no callaban era peor. Te tildaban de asesino, violento, e inhumano, justamente cuando los inhumanos eran ellos que solo veían la carne, y no se enfrentaban a los ojos del animal que iban a comerse. La actitud cobarde de quienes olvidan que para sobrevivir hay que matar, y ninguno estamos libres de pecado. Mi segundo recuerdo es el sabor de los labios de Sara, la noche de su diecisiete cumpleaños. El tercero el sonido del teléfono en la tienda, el día que mi padre murió en un accidente de tráfico.

martes, 16 de septiembre de 2008

BIENVENIDO A CASA

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Con sus treinta años de experiencia, Alfredo Padúa no encontraba explicación a sus temblores. Agarró con firmeza la pala para ahuyentar de sí los malos espíritus, y la levantó amenazadoramente por encima de su cabeza previendo la necesidad de ahuyentar también algún ser más terrenal.
- ¿Quién anda ahí? - Gritó a la noche abierta del cementerio.
Entre la oscura bruma se podía distinguir una figura enana e inmóvil junto a la familiar forma de una lápida. Tras pasar tantas noches en aquellos terrenos, encontrarse de frente con las sombras sinuosas y tétricas de los mausoleos le inspiraba más tranquilidad que toparse con una silueta humana.
Se aproximó unos pasos, pala en mano, y encontró un niño de no más de cinco años arrodillado frente a un montón de tierra.
- ¿Qué haces aquí, chico?
El niño no respondió. Estaba terriblemente quieto, su mirada fija en el montón de tierra. Alfredo se rascó la cabeza debajo de la gorra. Parecía que la tierra había sido removida recientemente, aunque llevaba un par de días sin la llegada de ningún nuevo inquilino.
- Oye, no deberías estar aquí. Seguro que tus padres te estarán buscando.
El silencio del chico le empezaba a resultar extrañamente incómodo. No se le daban bien los niños, y quería deshacerse de aquél lo antes posible.
- Ven. Llamaré por teléfono para que alguien del pueblo venga a recogerte- dijo, tendiéndole la mano a la altura de su cabeza-.
Sin mediar palabra, el niño le agarró la mano y se dejó levantar con suavidad. Al volverse para ir hacia su caseta, Alfredo pudo distinguir dos nombres en aquella lápida: uno de hombre y uno de mujer, un matrimonio que había pasado a mejor vida hacía varios años.
Al leer la roca, Alfredo no pudo evitar pensar en la anormalmente fría mano del niño.

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martes, 2 de septiembre de 2008

Ombliguitos de mazapán

Íbamos para atrás, como cangrejos, y la capacidad incompleta de giro del cuello nos mantuvo persiguiendo nuestro propio culo en círculos durante años.

...

Enero 2009

El café se derramó sobre. Mi café oscuro manchaba su luminosa blusa. Sobre; Ella. Café negro, piel blanca. Me dió en la cara con la piel blanca, blanquísima de su palma. La palma de la mano.

Es un culo bonito.
Miau.

martes, 19 de agosto de 2008

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Iba a ser una promesa
y en palabra me quedé.
Iba para princesa,
pero ya
no.

Me vendieron una moto
vieja
que me compré;
que ya no anda, la burra,
es sua culpa.
La mía,
no.
No puede ser.

Y es un mundo cenizo
y de ceniza
son las horas
que me fumé.

A veces veo luces,
me falta azucar,
dicen
los viejos.
Pero somos seres con sacarina,
llenos de botones
y de
sed.

Extraño los tiempos de fe.

Hoy, y aquí, en mi curro.
Un Curro.
Jiménez
que no torea,
ya no torea.
Ya no toreo,
pero,

un día,

volveré



,

lunes, 11 de agosto de 2008

Atrás...

Lo que dejaba atrás cerrando aquella puerta no lo supe hasta mucho después; la mochila al hombro, el bolsito en el otro y una mirada al patio mientras dejaba las llaves en el buzón. En el asiento del vagón, la mirada centrada en el suelo granulado del metro, echando un ojo de vez en cuando a la parada, con la mente perdida en las últimas semanas. En el par de transbordos la energía se me fue esquivando a los pasajeros, tratando de retener pensamientos, concentrado en todo lo que no entendía de lo que había pasado. Algunas veces hay que esperar, recordaba de aquel libro de Murakami; otras no, me dije, otras hay que alejarse, de la podredumbre, del hastío, de la estabilidad. Méndez Álvaro. Me quedé absorto delante del panel, salían en menos de media hora más autobuses de los que podía retener. Cuando no se tiene muy clara la meta, da igual el camino que uno coja. Cuando la meta está en uno mismo, con mayor motivo. Localicé el más lejano, me dirigí a la ventanilla y compré un billete, ante la extrañada mirada de la vendedora -aquí todo el mundo debe comprar el billete una semana antes -pensé. Compré una botella de agua, bajé al andén, dejé la mochila en el portaequipajes y, frotando la hoja de eucalipto de mi bolsillo, subí al autobús.

jueves, 7 de agosto de 2008

Encontrando versos

Hace mucho, mucho tiempo un joven estudiante de telecomunicación se enamoró profundamente de una bella chica.

Él quería impresionarla con alguna muestra de imaginación y creatividad, así que se propuso crear un soneto que la enamorase. Un soneto es un poema formado de catorce versos endecasílabos distribuidos en dos cuartetos y dos tercetos. Pero el pobre era muy malo expresando sus sentimientos. Empeaba a escribir del amor, de la belleza de sus ojos, del latido de su corazón... Pero no encontraba exactamente lo que quería decir. El estudiante desesperado, decidió acudir a lo único que se le ocurrió: la tecnología.

Por aquél entonces no se le podía pedir a los ordenadores lo que se quería y ya está. Había que saber escribirlo en un idioma especial. Se llamaba lenguaje de programación, porque servía para escribir programas. Así que el chico escribió un programa en el que el ordenador le devolviese por pantalla todos los sonetos posibles, fruto de la mezcla aleatoria de todas las palabras que existían por aquél entonces. Su razonamiento fue que si escribía todos los sonetos posibles, tal vez podría encontrar aquél en el que expresase exactamente lo que sentía...

Muchas noches pasaron y el joven dedicaba sus horas de sueño a navegar entre aquél mar de versos. Hasta que una calurosa noche de agosto encontró su soneto. Inmediatamente fue a buscar a su chica para recitarle aquel pedazo de su alma...

martes, 22 de julio de 2008

Me tenía que tocar a mí...

Mierda. He oído la vibración. No me lo he imaginado. Mi dedo está caliente. ¿Y si tiro el móvil lejos? No sirve de nada. Es sólo un segundo. No hay tiempo. Malditas pilas nucleares. Me leí las instrucciones. No tienes que recargar el móvil nunca. El precio no parece muy alto. Sólo una en un millón da "problemas". "Problemas" es que se borre la memoria y pierdas los números de teléfono de tus colegas. Esto no es un problema. Se acab...

miércoles, 16 de julio de 2008

¡Hay un mono sentado a mi lado!

Hay un mono sentado a mi lado en el banco del parque. No sé por qué me metí en este parque, o por qué fue en este banco. Pero a poco de hacerlo, bajó un mono y se sentó a mi lado. Supongo de un árbol. Yo solamente le oí caer y ahí estaba luego, agitándose para coger el equilibrio adecuado. A mi lado, en este mismo banco. En este mismo parque.

La gente que pasa nos mira. O más bien mira al mono. Les entiendo, ¿qué interés tendría yo si no tuviese a este pequeño ser peludo junto a mí? Miran al mono porque no es frecuente. En un parque. Hay miles de tíos sentados en esta ciudad, pero pocos monos. Y entonces la gente te mira. Aún no se ha parado alguien, pero alguien lo hará. Es lo normal cuando ocurre algo anormal: alguien acaba por querer mirar más de cerca. Son grados de curiosidad que chocan con la tendencia de seguir haciendo lo que uno hacía.

El mono no hace nada especial. Simplemente está ahí. Y yo tampoco quiero mirarle muy directamente por si se pudiese ofender u asustar. No es muy correcto mirar a alguien a la cara si no le conoces. En un banco, en un parque. Aunque el mono no parece entenderlo muy bien, porque hace un pequeño rato que no deja de mirarme. A la cara, sin conocerme.

No sé muy bien qué hacer.

Y el mono dijo una cosa y nada más: "Ahora estoy aquí y luego me marcharé. Así son las cosas y así están. Y nada más".

miércoles, 9 de julio de 2008

Tengo una corneta

Quieto. Y firme, como un trozo de muro. Garita de madera roja a su espalda arrojaba algo de sombra a sus piernas, que iba creciendo así se movía el sol. Garita de madera roja y rojo sol de esparto. Que araña la cara del hombre, que corta la piel en tiras de bacon. La tela verde y negra que le cubre se va haciendo más pesada.

Quieto. Y firme, dijo. Firme, soldado. Soldado, soldado de primera, cabo, cabo primero, cabo mayor, sargento, sargento primero, brigada, subteniente, suboficial mayor, alférez, teniente, capitán, comandante. Y teniente coronel. Firme, soldado, firme como un candelabro en una mesa. No se va a mover de aquí en dos días. Y si vienen dos negros y le hacen su exclava, usted no se mueve de aquí. Y si vienen dos blancos y le cortan las pelotas, usted no se mueve de aquí. Y si vienen los cuatro de antes juntos y se ponen a quemar banderas aquí delante suyo, usted no se mueve ni para tocar la corneta. Ahí arriba tengo a cuatro tíos con cuatro AW de 7.62mm que ya se encargan de tocar algo más util que el instrumentito musical éste que tiene usted. Soldado. Firme, soldado. Sí, mi teniente coronel.

No fueron cuatro hombres, ni blancos ni negros. Ni fue una bandera lo que quemaron. Ni uno de aquellos jóvenes de piel de cobre que alguna vez habían aparecido con un bidón de gasolina y una cerilla. Solamente fue un perro redondo y el niño que corría detrás. Patada a patada, el perro corría trabándose las patas como gordas lenguas sobre la tierra. Fútbol, fútbol. Cantaba el niño, tomando al perro por lata vacía. Y en un giro, un poco torpe, diose la vuelta el perro y clavó un colmillo en el tonto pie del pequeño maradona. No brotó mucha sangre, pero bastaba para hacerle caer y llorar.

No fueron cuatro hombres ni una pira humana, ni pasaron más cosas relevantes durante las treinta y siete horas que faltaban para hacer los dos días. Pero fue un momento, un momento. Basta un momento, un momento. Un momento en que el niño dejó de llorar y ya no ladraba el perro, cansado. Hubo un momento en que ambos le miraron, a un mismo tiempo. El niño muy serio y el perro aún temblando. Y pareció que ambos le reprochaban el no haberse movido. Así sonó en su cabeza, durante las horas que fueron quemándose en su pecho. El rojo sol y ese estúpido pensamiento.

Y el perro hizo "guau".

domingo, 22 de junio de 2008

BUSCANDO EL AMOR ETERNO

Madrid, a mediados de agosto, una rotunda luna llena ilumina uno de los más atípicos rincones de la capital. El viejo templo egipcio destaca extraño entre los árboles y los coches del paseo de Rosales, tal vez añora los tiempos en que las arenas y la paz del desierto eran su única compañía. Ahora, grupos de jovenzuelos rinden culto a Baco en las inmediaciones, algunos de ellos auxiliados por equipos estereofónicos que escupen descargas de artillería, y casi nadie repara en la presencia de un extraño sujeto de mirada penetrante, que se mueve entre las sombras como si las conociera desde hace una eternidad.

Una muchacha que estaba hablando por un móvil, termina la conversación y se encuentra de bruces con él.


-Eres tú- la envuelve el recién llegado con su cavernosa voz -. Anuk-su-namun, amada mía, por fin te he encontrado. Ven conmigo, y te transformaré en la reina que una vez fuiste.

-Si quieres algo de mí, mis tarifas son cuarenta una mamada, sesenta el completo, y veinte euros más si quieres alquilar látigos, esposas o porra eléctrica. Los pagos en efectivo, y hago descuentos a grupos y a estudiantes.

-Anuk-su-namun, he estado más de cinco mil años encerrado en un sarcófago. Los sacerdotes me encontraron cuando iba a resucitar tu cuerpo, y fui condenado a ser devorado por los escarabajos durante toda la eternidad.

-Si no quieres pagar, lárgate, que me estás espantando la clientela.

-Observa tu hombro derecho, Anuk-su-namun. Tienes la marca de Tot, la señal…

-Joder, siempre me tienen que tocar todos los putos colgados. ¡Segis, ven para acá, que este tío me está molestando!

Emerge de un coche cercano una chaqueta de piel de serpiente prolongada en unas gafas de sol, dos brazos musculosos, unas pobladas patillas y un aspecto general de matarife de barrio, y tarda apenas unos segundos en colocarse frente al sujeto.


-¿Qué pasa, que te crees que eres el más listo de la clase? ¿Qué te crees que puedes vacilar a la Reme, así como así? Como es una buena persona, te piensas que te puedes aprovechar de ella, ¿que no? ¡Tú, pinkfloyd, vas a desaparecer ahora mismo de mi vista, o si no te doy tal somanta de hostias que te pongo en órbita! ¿Comprendido?

-Pero, la marca de Tot…

-¡Deja mi tatuaje en paz, pesado! –muestra su hastío la Reme -. Anda, vete, antes de que esto acabe mal.

La penetrante mirada del extraño hombre se clava durante un segundo en la mujer, y luego baja hasta el suelo, mientras su propietario da media vuelta y se refugia de nuevo entre las piedras. Vuelve la normalidad al parque, los murciélagos revolotean y las basuras dejadas por los jovenzuelos se van sedimentando sobre la hierba.

jueves, 19 de junio de 2008

Elegía del Martes

- Entre fulgores nocturnos nací, engalanado de una oscuridad lunar jalonada de medianoche. Tan previsible y sorprendente como siempre. Un reloj de cuco hizo de comadrona, revestida de argénteas campanadas, atendiendo con sonoridad mi infalible y atemporal nacer. En aquella fisura temporal que se desgrana entre los segundos me presenté.

“¿Para qué vivir? Siento cómo esa pregunta que reverbera en mi interior desde mi primera conciencia se alimenta de los ecos de millones de seres como yo, que tuvieron las mismas dudas. Entes de polvo y ceniza ahora. Y entre ellos, mi pasado se desvanece, en el vacío que hay tras la interrogación. Una respuesta jamás esbozada, una página blanca, que revela más que todos los ensayos de la Historia juntos.

“Parece lógico pensar que un acontecimiento tan determinado como el nacimiento de una nueva vida debe tener implícito una justificación externa. Esa certeza intuitiva me tortura con su infalibilidad, pues no me conformo con aproximaciones metafísicas. Hay algo más que escapa a mi percepción y me pregunto si importa que exista realmente o no. Tal vez sólo se nace para morir. Triste pensamiento, sin duda, pero a estas alturas qué me importan las convenciones.

“Un lunes fue mi útero, donde gesté mi efímera grandeza. ¡Qué sueños no llegué a alcanzar entonces, cuando sólo el mundo onírico existía! ¡Qué grandes los cielos que rocé con mis yemas aún inexistentes! En boca de todos, mi nombre devoraba ávidamente el cuerpo decadente de mi madre, la Luna. ¡Qué iluso creer que a la par que un ayer fue mi fecundación, un mañana no sería mi tumba! Allí lo oigo, alimentándose ya, mi Edipo sucesor...

“¿Por qué ha de existir un martes, si está condenado a convertirse en miércoles? Toda felicidad pierde importancia ante la inexorabilidad de su olvido. ¿Quién recordará mis risas cuando solo puedan contemplar mi lápida? ¿Quién pensará que bajo esa fría losa de piedra impersonal hay un corazón que latió con horas repletas de vida, minutos madurando a la sombra de las agujas, segundos jugando con la infinita pequeñez? Un corazón que pudo amar su latido y el ajeno... ¿Quién pensará en mí cuando pase la medianoche?

“¿Por qué obcecarse en buscar algo más allá? ¿Es porque lo siento en mí? ¿O porque no puedo soportar la idea de semejante vacío sin propósito?

- Lo importante no es el futuro sin ti, padre, sino el presente contigo.

- Así que vienes a relevarme, hijo mío, Mercurio alado.

- Aún no. He adelantado mi llegada.

- ¿Por qué?

- Porque no puedo dejarte ir así. Antes de morir, debes comprender...

- ¿Quieres justificar tu futura acción? No es crimen matarme. Yo no sentí remordimientos por mi madre. Tú tampoco debes sentirlos por mí.

- Esto supera los remordimientos. Se trata de la grandeza de la inmortalidad, padre. Debes entender. Por favor, escúchame.

- Me desvanezco ya con el uno de las once. Puede que el segundo cincuenta y nueve nos conceda cierto tiempo de más. Con mis últimos hálitos te escucharé, pues más no puedo hacer.

- Gracias, padre.

“Escucha cómo el mundo sigue siendo el que era antes. Siente en ese corazón aún palpitante la belleza que está oculta tras la monotonía de la sucesión de nuestras vidas. Una beldad que supera todo nuestro pesimismo, que lo transforma en armonía.

“Tu vida acaba y empieza la mía, y a través de mí la tuya cobra un nuevo sentido. Más allá de la muerte, de tu muerte, existe un sentido. La continuidad, padre, te hará inmortal. El lunes vivió y murió, tú viviste y morirás, y yo cederé el trono a Júpiter, que también verá su rayo marchitarse. Y todos juntos, en perfecta sinergia, formaremos algo más grande que nosotros mismos. Algo que en vida jamás podríamos haber soñado ni concebido.

“Juntos, padre, los que ya no estamos formaremos una semana. Y en ella no solo rozaremos el cielo, sino que lo pintaremos con las nuevas estrellas de nuestra propia eternidad.

“Las semanas formarán meses, años, siglos... y todos seremos uno, pasado y presente y futuro, cantando las notas de la utópica atemporalidad, engrandeciéndonos siempre hasta mecernos en el prístino infinito.

“Padre, es la hora de que aportes tu parte a ese Todo. Te espera, no lo defraudes.

- Gracias por tu compañía. Ahora ya eres, hijo. Hasta pronto.

- Hasta el renacer, padre. Hasta siempre.

viernes, 13 de junio de 2008

El abuelo

Dedicado a Jaume

El abuelo solía llevarme a la playa, buscaba un banco con algo de sombra y se sentaba mirando a lo lejos durante un buen rato. Yo le miraba, la boina gris, con la bolita esa arriba que nunca supe para que servía, sus mofletes y orejas grandes, blanditos, que siempre quería tocar y besar, pero que sabía que a él le molestaba un poco. Al cabo de un rato empezaba a hablar -siempre pensé que de tanto mirar al mismo sitio, de repente le venía algo a la cabeza- la historia de la escultura del paseo, que según él era de un abuelo que contaba historias en la playa hacía muchos años, la historia de Paco el panadero, no sé, muchas historias. Pero aquel día comenzó a hablarme del gigante de detrás de la montaña; en el borde de la playa había una montaña muy grande, muy lejos, y el abuelo me dijo que detrás vivía un gigante y que, no sé muy bien cómo, el gigante era el que hacía las nubes y soplaba para que se movieran. A mi lo del gigante me dió un poco de miedo, pero el abuelo decía que era bueno, porque así teníamos sombras y llovía de vez en cuando. Desde entonces aquella montaña me parecía especial, como mágica.
Cogí un poco de arena mojada del suelo y, con fuerza, mientras sujetaba por el otro lado, la comprimí al resto de arena que formaban la cara, mientras que con un dedo intenté darle forma a los surcos que bordeaban su boca, dejando unos mofletes prominentes. Miré un momento al banco donde solíamos sentarnos, cogí la mochila de la arena, la sacudí, y me la fuí colocando mientras dejaba la escultura atrás. Delante, la montaña iba creciendo y pequeñas bocanadas de nube parecían salir de la cumbre...

lunes, 9 de junio de 2008

en algún lugar de Viena

Hace calor, mucho calor. Y el viento frío me golpea en la cara.
Philarmonikestraβe… montones de cartones, gomaespuma y basura asoman por las ventanas del edificio de la filarmónica, donde los niños castrados entonan gritos de esperanza.
Siento caer, el desvanecimiento del imperio astro- húngaro sobre el asfalto de infierno.
Tropas de ángeles dorados entonan la muerte de una linda y desflorada princesa.
Las palomas fornican con la justicia de los pobres olvidados a las puestas de la tristeza que entonan un grito mudo sobre sus manos hacia el cielo.
Quizás nunca pueda recuperar los segundos de minutos de vida que vomité junto con aquellos vacíos escombros de gomaespuma.
Caí, lloré con ellos, unidos al mismo deseo, escapando de la obligación de la proclamación del poder, con vertidos en basura, obligados a convivir con aquellas inmensas moles neoclásicas poderosas y plastificadas.

Plastifícate o vomita.
Siempre seré una parte de masa marrón suicidada por la ventana.

Seguimos divagando… a la 1.35

martes, 1 de abril de 2008

EL AMOR

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Y ahí estaba yo, de pie, frente a ella, mirándola como si fuera la primera vez.

Sus ojos se abrazaron a los míos casi con furia, como si no quisieran separarse nunca más. Respiraba entrecortadamente a causa de la emoción, y su pecho ascendía y descendía arrítmicamente, intentando a duras penas enjaular su excitación. El aire que nos separaba era un intruso entre nuestros cuerpos, que deseaban encontrarse como las flores desean la lluvia. Al mirar sus manos temblorosas comprendí, como si me hablaran, que sus dedos soñaban con clavarse en mi piel, que sus labios ardían por devorar los míos con frenética desesperación. Nos dijimos mil palabras en dos segundos de silencio, y nos ensordecía el sonido de nuestros propios corazones al llamarse. Sin desplazarnos del sitio, a dos metros de distancia, nos desnudamos el uno al otro y nos amamos como en los libros de poesía. Sin mover ni un solo músculo, confundimos nuestros cuerpos en una vorágine salvaje. El salado rocío de sus ojos brilló un instante al amanecer su mirada, en lo alto de su mejilla, antes de besar el suelo.

Disparó, y todo se volvió...

... negro.

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viernes, 28 de marzo de 2008

Despertares

Miguel despierta y, como cada mañana, desearía seguir dormido, siempre dormido.. sale a la calle pronto y la bruma y el rocío le humedecen sus secos labios.. Se sienta un momento en un banco de parque y escribe: Ayer te rasqué la espalda, como cada día, toqué tus orejas y te leí el trozo de Proust de las magdalenas, pensando en que quizá éstas fueran a introducirse en tus sueños como uno de nuestros desayunos de zumo, galletas y risas entre las sábanas… luego me quedé dormido en el viejo sillón de madera, que ya lo siento como mío.. al caer la noche volví a casa, como siempre, deseando soñar y conectar en mis sueños con los tuyos y, así, vernos vivos aunque sea en sueños, tu en los tuyos, yo en los míos…
María despertó, cinco meses después… en un viejo sillón de madera estaba Miguel, que se había quedado dormido.. a duras penas pudo levantarse, se acercó y le susurró al oido, despierta

jueves, 6 de marzo de 2008

Maná

La moneda cayó en la caja de cartón con un ruido metálico ahogado por el tráfico. Sus labios secos por el frío se movieron entonando un agradecimiento mudo.

Cuando se encontró sólo de nuevo, sacó del bolsillo sus ganancias del día. Añadió la nueva moneda, contó mentalmente y volvió a guardarse el montón de calderilla.

Sólo le quedaba seguir esperando.

lunes, 3 de marzo de 2008

El sauce...

Los rayos de luz buscaban desesperadamente un lugar en el que posarse cuando me encontraron a mi, sentado en el banco del parque, con las manos cubriéndome la cabeza y los pies pisándome el alma.. ¿cómo he llegado hasta aquí?.. ¿en qué momento se quebró todo y me vacié?.. Al calor de los primeros rayos levanté la mirada y ahí seguía, erguido, el viejo sauce del parque.. Cuántas habras visto ya de éstas... cuántas de felicidad desbordante, descontrolada, cuántas de tristeza gélida y solitaria.. caminé hacia él y acaricié el tronco con mis temblorosas manos.. me apoyé contra él y así, abrazado al sauce, teñido por las sombras de sus hojas, arranqué un calor que creía olvidado..

viernes, 29 de febrero de 2008

TEJEDORES DE SUEÑOS

Pocas veces se había visto tanta actividad en el granero del castillo de Airún. Mientras el tuerto Eurigio vigilaba que el portón de entrada se mantuviera cerrado, un ejército de aldeanos, capitaneado por Virenia, Amelia y Guzmán, daba las últimas puntadas al ala izquierda del coloso que había estado levantando las últimas noches. Si todo salía bien, la gigantesca cometa se elevaría a los cielos en unos pocos días, y el príncipe Hugo podría ganarse sus espuelas de caballero.

Era un buen muchacho, el príncipe. Era uno de esos seres encantadoramente desorientados que se pierden hasta en el patio de su casa, e iba a todas partes distraído, ensimismado, y singularmente mal vestido, pero siempre estaba dispuesto a bajarse del caballo y echar una mano con la siembra o la recolección, o a mirar al otro lado si algún campesino hambriento abatía un ciervo real. Y más de una doncella se había librado de pasar la noche de bodas en la cama de algún noble, gracias a su intercesión. Por eso habían ido sus súbditos tantas noches al granero, olvidándose de que tenían que dormir.

Ya no quedaban dragones en el reino. El último había sucumbido, hacía ya quince años, bajo la espada del duque Silano, tío del príncipe. Pero la norma que obligaba a los aspirantes a caballero a matar un lagarto gigante todavía no había sido derogada y, si no conseguía las espuelas, Hugo no podría obtener la mano de la hija de los condes de Leuren, su gran amor desde que ambos eran niños. Y eso le hacía andar triste y cabizbajo, especialmente cuando alguno de los heraldos que había mandado a países lejanos volvía, y le comunicaba que allí tampoco había encontrado nada.

Si todo salía bien, en unos pocos días un gigantesco dragón de tela surcaría los cielos, y nadie fuera de los autores se percataría del engaño. Si todo salía bien, en unos pocos días el príncipe Hugo demostraría su valía en un épico combate y volvería al castillo sonriente, admirado ante su casi milagrosa fortuna. Si toda salía bien, en unos pocos días los aldeanos podrían volver a la comodidad de sus lechos, dichosos por haber contribuido a la felicidad de un hombre al que todos querían. Si todo salía bien, en unos pocos días un nuevo caballero andante partiría hacia el castillo de los condes de Leuren.

Mientras el resto de los improvisados sastres seguían cosiendo el ala izquierda, Virenia, Amelia y Guzmán empezaron a plantearse cómo conseguirían que saliera fuego de la boca de su criatura.

jueves, 28 de febrero de 2008

El orden de factores...

Carlos entró en la fiesta y se sirvió un cubata. Yendo al baño su mirada se cruzó con la de Mónica y dos horas mas tarde ella estaba con un pañuelo en los ojos y él jugando con el bote de nata.
- Me gustaría volver a verte..
Tardaron mes y medio en volver a quedar, luego quince días, luego una semana y luego un par de días.
Mónica rehogaba el broccoli cuando Carlos entró en la cocina con la funda del DVD en la mano; se miraron.
- ¿Tu crees que importará la forma que tuvimos de conocernos?

SALVAJE

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Marta cayó aparatosamente al suelo, junto al montón de ropa que lucía un significativo desorden. Los restos de las copas de vino se clavaron en su piel, sin que ella lo notara apenas. Respiraba con dificultad a causa del infernal esfuerzo. Se llevó la mano temblorosa a la brecha en su ceja, producida sin duda en el primer golpe contra la pared. Escocía.

"Nunca...", intentó, jadeando entre palabra y palabra, "Nunca me habían... Nunca había... Así... Nunca... ¿Me oyes... Alex...?"

Se rindió ante la imposibilidad de expresarse, sin dejar de susurrar una y otra vez un "nunca" débil, casi cómico, con la intención de resumir todo su discurso.




Al otro lado del cuarto, un Alex extenuado se arrodillaba, clavando sus brazos en el suelo en un intento poco afortunado de mantenerse erguido. Luchaba con desesperación por recuperar el aliento. Goterones de sudor ardiente caían al parqué desde su barbilla en húmedo suicidio.

"¿Quién... te ha dicho... a ti...?"

Ahogó un gemido de dolor. Comenzó a incorporarse trabajosamente mientras escupía al suelo la sangre que le llenaba la boca de sabor metálico. Sus ojos, brillantes bajo la frente perlada, se clavaron en los de la fatigada Marta. Una sonrisa pícara amenazaba en sus maltratados labios.

"¿... que esto ha terminado?"

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viernes, 22 de febrero de 2008

Ligeros retoques

"Consiga un vientre realmente plano". La publicidad es buena. Aún recuerdo el comienzo de aquella moda a la que me veo arrastrada. Se me pasa por la mente la imagen de Johanna Scarletsson en las fotos "robadas" el verano de hace dos años en las Barbados. Aquellas fotografías circularon como la espuma por la red y las niñas empezaron a pedir a sus madres la operación de eliminación de ombligo por su cumpleaños.

Por aquél entonces yo aún estaba en la escuela de modelos Perfections y no sabía prácticamente nada acerca del competitivo mundo real. ¡Qué ilusa! Recuerdo que pensé:"Mery, jamás vas a minar tu integridad física por obtener un trabajo".

Ahora, mírame: me operé el pecho, me quité las patas de gallo (¡con 19 años!), me puse cinco centímetros más de altura, depilación láser integral, transplantes de iris... Y aquí estoy, en la puerta de la clínica para pedir que me realicen la operación de la que tanto me reía hace un par de años.

Creo que jamás se me quitará de la cabeza la cara de asco con la que el director de casting de Lee Stauder me miró ayer, profiriendo ese gritito de: "¡Ah, todavía tienes ombligo!"

jueves, 21 de febrero de 2008

Como cada mañana

Faltan cinco segundos para las siete y treinta y cinco. Martín se despierta, pero aún no se mueve. Deja que el despertador suene dos veces antes de apagarlo. Se levanta de la cama y se pone las zapatillas: primero la derecha y luego la izquierda. Va al baño. Ducha de siete minutos.

En la cocina calienta en el microondas doscientos cincuenta mililitros de leche en su taza verde. Setecientos watios durante un minuto para que la leche alcance los treinta grados centígrados. Termina su cuarta galleta y apura su leche. Seis tragos.

Cierra la puerta con dos vueltas de llave. Baja los ochenta y ocho escalones hasta la calle y camina durante cuatro minutos y veinticuatro segundos hasta la parada del ciento cuarenta y cinco.

Espera tres minutos, sube, pica con su abono B2 y enciende su mp3 para escuchar dos lecciones del curso de alemán. Ya está en el nivel cuatro, el más avanzado.

Se baja en la séptima parada. Debería estar en el número veintisiete de la calle Felipe Segundo. Pero no es así. Han cambiado el trayecto del autobús.

Y ahora no sabe qué hacer.

martes, 19 de febrero de 2008

AMORES PROHIBIDOS

Ni su padre, el jefe de la tribu, ni el chamán, ni la anciana Marnegawi, quien vendió su alma al gran baobab y desde entonces tiene poderes mágicos, saben qué hacer para que la joven Tenza vuelva a comer carne. Los festejos en honor a los espíritus, con los guerreros bailando en círculos alrededor del fuego y el pombe arrasando las gargantas e incendiando los corazones, se han quedado huérfanos de una de sus más hermosas perlas. Ella se queda siempre en su cabaña, sollozando, y nadie sabe qué hacer para que vuelva a sembrar la alegría como antes.


Hace ya siete lunas que sólo se alimenta de las bayas y raíces que recoge en la selva, sola, jugándose a acabar entre las zarpas de un león o los afilados colmillos de una hiena. Muchos guerreros se ofrecen a acompañarla, pero ella rechaza su compañía, y toda la aldea sufre al verle internarse en la espesura, sin más compañía que su dolor.

Desde que llegó ese explorador de tez pálida, Parkins, Jorkins o como se llamara, cada vez que hay una nueva remesa de cautivos, la joven Tenza tiene que enamorarse de uno de ellos. Y no hay nada que el viejo chamán, ni la anciana Marnegawi, puedan hacer para vencer ese hechizo.

Tal vez lo mejor sería soltar a alguno de nuestros prisioneros de ojos tristes, y permitirle quedarse en nuestro poblado y desposar a la joven Tenza. Pero ninguno de los guerreros que la pretenden lo permitiría y, además, el espíritu del Gran Baobab siempre está sediento de carne y sangre humana y, si le privamos de parte de su banquete, hará que las plagas y las enfermedades caigan sobre nosotros, y que la selva retumbe con las voces de nuestros enemigos.

Aunque cada día está más flaca, la joven Tenza sigue siendo la más bella flor de nuestra tribu. Y es una tristeza verla languideciendo, y recordando entre sollozos una noche estrellada. En la que se introdujo en la cabaña de los prisioneros e hizo el amor al explorador de tez pálida. Parkins, Jorkins o como quisieran los espíritus que se llamara.

OTRA VEZ MÁS

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La miraba y la admiraba. Estar cerca de ella me hacía sentir bien. Tenía esa forma de estar que te llena de paz.

Aquel día caminábamos hacia el Metro, ella a un suspiro y siete pasos de distancia. Su falda amarilla de verano se movía con alegría de izquierda a derecha, acompasando la quinta sinfonía de su movimiento.

Bajamos las escaleras mecánicas en completo silencio, aunque sabía que no hacía falta hablar. Estaba seguro de que ella podía oir mis pensamientos. Cuando piensas tan fuerte en alguien tiene que oirte por fuerza. Casi podía distinguir esa sonrisa cómplice al otro lado de su melena oscura, salvaje, con vida propia. Entramos en el vagón y nos sentamos frente a frente. Su mirada se posaba aquí y allá, como la de un niño que descubre el mundo que le rodea. Podía ver una alegría blanca y pura en sus pupilas mientras recorría el tren con aquellas dos aguamarinas que me robaban el sentido.




Nuestras miradas se encontraron, y el resto del vagón desapareció. Muy lentamente, una sonrisa cargada de ternura se dibujó en sus labios. En su mirada fija vi el futuro. Vi todas las noches que nos quedaban por compartir, desordenando las sábanas; vi cada sonrisa enamorada que le dedicaría el resto de mi vida; nos vi compartir cada centímetro de nuestra alma por toda la eternidad.

El vagón se paró y ella se bajó en Diego de León.

Le dije adiós con la mente, esperando que de verdad oyera mis pensamientos.

Nunca más me la volví a cruzar.

En cuanto salió de mi vida me puse los cascos y no volví a pensar en aquella desconocida.

Como todas las demás veces.




Al menos, hasta que me enamore de una nueva desconocida.

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jueves, 14 de febrero de 2008

SEÑOR JUEZ:

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Me llamo ***, y en pleno uso de mis facultades mentales y físicas, y bajo ningún tipo de presión externa, he decidido suicidarme. Ante la sorpresa que esta decisión supondrá en mi círculo de familiares y amigos, veo conveniente escribir estas lineas como explicación de este repentino giro a mi vida.




No estoy deprimido ni soy un desgraciado. De hecho, en mis *** años de vida puedo afirmar que he tenido una existencia agradable, incluso feliz la mayor parte del tiempo. No he perdido a mi pareja ya que no tengo ninguna; no me han echado del trabajo; no me persigue ningún tipo de peligro; mi nivel económico es muy bueno, y no le debo dinero a nadie, ya sea por motivos de juego, deudas o malentendidos; no he perdido ningún familiar, amigo íntimo o mascota, cuya ausencia no sea capaz de suplir; no tengo ninguna enfermedad desagradable y/o terminal, y mi esperanza de vida, dado mi historial familiar, es de aproximadamente tres veces la edad que tengo, puesto que aún soy joven; no sufro por las injusticias del mundo, y ni mucho menos me quitaría la vida por ellas; no he vivido ningún tipo de hecho traumático últimamente que me anime a lanzarme (disculpe usted el chiste fácil). En definitiva, no hay nada que, aparentemente, y bajo los cánones normales de estas situaciones, me empuje a tomar esta decisión tan drástica. De hecho, hace mucho que no hay nada que me empuje para nada. He aquí mi problema.

He pasado mi vida educándome para escapar del dolor, y lo he conseguido. Ya no siento nada. Hace mucho tiempo que no experimento miedo, vergüenza, ira, debilidad o celos. Nada me hiere ni me afecta. Hace tiempo que no siento alegría, euforia, pasión, ternura o amor. Nada me emociona ni me ilusiona. Lo que único que siento es indiferencia ante todo, una tibieza y una calma enfermizas. Ya nada me mueve, porque no tengo interés por nada: no hay nadie que me resulte interesante o que llame mi atención. Sí, conozco a mucha gente simpática, agradable, amistosa y fiel, conozco a muchos imbéciles, frustrados, bordes o solitarios; pero ninguno de ellos, ni uno solo, despierta mi curiosidad. No veo que pueda aprender nada nuevo de la gente que me rodea. No hay nada que quiera experimentar ni creo que nada de lo que pueda vivir me vaya a llenar. No tengo esperanzas ni ilusiones, no veo un futuro más allá de las palabras que estoy escribiendo en este papel. No tengo ambiciones. Hablando friamente (de la única manera que ahora sé hablar), me he convertido en una sombra en este mundo. Mi existencia no tiene objetivo ni sentido. Ojalá pudiera volver a sentir frío o calor, esas sensaciones que me volvían loco y que ya no recuerdo más que por su nombre.

No entiendas estas palabras con tristeza o frustración. Las digo con la seguridad firme, científica, casi indiferente, con la que vivo cada día de mi vida. Me da lo mismo estar que no estar, pero ¿para qué sirve estar en estas condiciones? Tarde o temprano moriré, y hasta entonces esta tibieza seguirá acompañándome, como lleva haciendo tanto tiempo. ¿Por qué no acelerar el proceso? Sé que a muchos les sorprenderá esta decisión que he tomado. Puede que a alguno le haga daño mi ausencia. Pero también eso me resulta tibio e indiferente.

A ver si así, en el efímero momento en el que apriete el gatillo, me deje caer de la banqueta, clave la cuchilla o salte al vacío, siento algo.

Cualquier cosa.

Atentamente:
***




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miércoles, 13 de febrero de 2008

Café

No era hasta ese umbral entre la juventud y la madurez, umbral en el que los padres dejan de ser perfectos y pasan a ser humanos, cuando uno conocía realidades familiares que habían permanecido mágicamente apartadas de la realidad. Cuando uno atribuía formas, colores y lugares a dichos y memorias de casa, de la infancia. En éstas y otras historias andaba pensando Mario, amontonándolas en su particular pila de ideas por escribir y que jamás verían el papel, que no cayó en la cuenta de la figura que tenía sentada frente a él, mirándole. La chica había dicho algo de sentarse y de que el sitio estaba lleno, Mario había callado y ella, más cansada que suspicaz, había resuelto arriesgar allí la parada – es mejor pedir perdón que permiso-, pensó. La nueva ordenación espacial tenía a Mario abrumado haciendo bolitas con las servilletas de papel, como pretendiendo ordenar la mesa, azorado; como un anfitrión al que sorprenden los invitados llegando puntuales. Ante tal situación la chica sonrío y el calor invadió sus mejillas. Mario, traicionado por si mismo, se vio ofreciéndola tomar algo y, en ese punto, comenzó una enlazada conversación que les guió a ambos hasta tomar un único autobús en la misma dirección

UN ROBO ABSURDO

Esther se sorprende cuando llega a su coche. Recuerda, sin un asomo de duda, haberlo dejado perfectamente cerrado –de hecho, es una mujer muy meticulosa, y después de aparcarlo siempre chequea que esté todo en orden-, y ahora la puerta está entornada. Y además, pronto se da cuenta de que la cerradura ha sufrido desperfectos.

Entra en el coche y, sorprendentemente, todo parece en orden. Los papeles siguen en su sitio, el CD está intacto, la tapicería no ha sufrido daños, y ninguna de las cifras del cuentakilómetros ha variado. Esther está intrigada, no acaba de entender el motivo de la agresión que ha sufrido su utilitario.

Hasta que se percata de que falta la barra antirrobo.

No puede ser, se dice Esther, no pueden haber entrado en el coche para llevarse ESO. Una barra de andar por casa, la más barata que vio en el hipermercado, no tenía adornos ni incrustaciones de diamantes para hacerla atractiva. Ni siquiera estaba especialmente limpia, recuerda un poco avergonzada.

Pero, por más que mira y remira el coche, no nota la ausencia de nada más.
Al cabo de unos segundos de perplejidad, Esther rompe a reír, y saca el móvil de su bolso para contárselo a todo el mundo.

UNA BUENA INVERSIÓN

Una refulgente luna llena emerge sobre la línea del horizonte, y Héctor empieza a sentir las primeras señales de la transformación. Durante cinco minutos agónicos, sus huesos se retuercen, sus músculos cambian de forma, sus dientes se afilan y su voz se transforma en un gruñido. Pero pasa ese tiempo, Héctor se levanta, se mira al espejo, y constata satisfecho que su rostro sigue tan terso y limpio como siempre.

Antes de salir de su casa con rumbo al parque, a la caza de víctimas, Héctor se sonríe satisfecho. El dinero que me gasté en la depilación definitiva ha sido muy bien invertido, piensa para sus adentros, sólo a duras penas reprimiendo un aullido de júbilo.