sábado, 29 de mayo de 2010

No es la cerveza, pero se le parece.

Camina encorvada, enganchada, reducida, retorcida, intrincadamente doblada, estúpida en su mirada, sonrisa rota, muñecas frías y desnudas que no se abren porque ni fuerza le queda en el pecho para hacerlo. -*Suspira*-, hay algo más, ¿no dicen?, el que la sigue la consigue y cada noche amanece, también. Pero la pequeña Leña, Lisandra Leña, qué suerte de nombre que los otros niños no te cantarán insultos de palo y piedra, que romperán tus huesos de Leña. No sangra la madera, no, pero tú. Bueno, tú no eres de Leña.

No importan tanto los apellidos ni los defectos, excepto cuando se escupen. No sé qué tiene la saliva expulsada de la boca pero sienta de un mal recibirla en la cara que Lisandra se ha echado a llorar y se ha enrevesado en su propio cuerpo, ha anudado su columna y se ha arrodillado para aceptarlo, acatarlo, asumirlo, integrarlo. La humillación se merece. No haberse llamado así, leñe.

Lisandra quiere tener trece años, es que a los doce te tienen poco respeto porque ni una vez has vivido un año entero de mala suerte, como deben ser los trece. Lisandra bebe zumo de manzana en un bric de plástico, es un líquido amarillo como el pis, como la cerveza, se le vierte pues anda a la vez que bebe.

El zumo de manzana es una mierda, pero se acaba, Lisandra, todo se acaba, todo se pasa.