jueves, 21 de febrero de 2008

Como cada mañana

Faltan cinco segundos para las siete y treinta y cinco. Martín se despierta, pero aún no se mueve. Deja que el despertador suene dos veces antes de apagarlo. Se levanta de la cama y se pone las zapatillas: primero la derecha y luego la izquierda. Va al baño. Ducha de siete minutos.

En la cocina calienta en el microondas doscientos cincuenta mililitros de leche en su taza verde. Setecientos watios durante un minuto para que la leche alcance los treinta grados centígrados. Termina su cuarta galleta y apura su leche. Seis tragos.

Cierra la puerta con dos vueltas de llave. Baja los ochenta y ocho escalones hasta la calle y camina durante cuatro minutos y veinticuatro segundos hasta la parada del ciento cuarenta y cinco.

Espera tres minutos, sube, pica con su abono B2 y enciende su mp3 para escuchar dos lecciones del curso de alemán. Ya está en el nivel cuatro, el más avanzado.

Se baja en la séptima parada. Debería estar en el número veintisiete de la calle Felipe Segundo. Pero no es así. Han cambiado el trayecto del autobús.

Y ahora no sabe qué hacer.

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