jueves, 14 de febrero de 2008

SEÑOR JUEZ:

--

Me llamo ***, y en pleno uso de mis facultades mentales y físicas, y bajo ningún tipo de presión externa, he decidido suicidarme. Ante la sorpresa que esta decisión supondrá en mi círculo de familiares y amigos, veo conveniente escribir estas lineas como explicación de este repentino giro a mi vida.




No estoy deprimido ni soy un desgraciado. De hecho, en mis *** años de vida puedo afirmar que he tenido una existencia agradable, incluso feliz la mayor parte del tiempo. No he perdido a mi pareja ya que no tengo ninguna; no me han echado del trabajo; no me persigue ningún tipo de peligro; mi nivel económico es muy bueno, y no le debo dinero a nadie, ya sea por motivos de juego, deudas o malentendidos; no he perdido ningún familiar, amigo íntimo o mascota, cuya ausencia no sea capaz de suplir; no tengo ninguna enfermedad desagradable y/o terminal, y mi esperanza de vida, dado mi historial familiar, es de aproximadamente tres veces la edad que tengo, puesto que aún soy joven; no sufro por las injusticias del mundo, y ni mucho menos me quitaría la vida por ellas; no he vivido ningún tipo de hecho traumático últimamente que me anime a lanzarme (disculpe usted el chiste fácil). En definitiva, no hay nada que, aparentemente, y bajo los cánones normales de estas situaciones, me empuje a tomar esta decisión tan drástica. De hecho, hace mucho que no hay nada que me empuje para nada. He aquí mi problema.

He pasado mi vida educándome para escapar del dolor, y lo he conseguido. Ya no siento nada. Hace mucho tiempo que no experimento miedo, vergüenza, ira, debilidad o celos. Nada me hiere ni me afecta. Hace tiempo que no siento alegría, euforia, pasión, ternura o amor. Nada me emociona ni me ilusiona. Lo que único que siento es indiferencia ante todo, una tibieza y una calma enfermizas. Ya nada me mueve, porque no tengo interés por nada: no hay nadie que me resulte interesante o que llame mi atención. Sí, conozco a mucha gente simpática, agradable, amistosa y fiel, conozco a muchos imbéciles, frustrados, bordes o solitarios; pero ninguno de ellos, ni uno solo, despierta mi curiosidad. No veo que pueda aprender nada nuevo de la gente que me rodea. No hay nada que quiera experimentar ni creo que nada de lo que pueda vivir me vaya a llenar. No tengo esperanzas ni ilusiones, no veo un futuro más allá de las palabras que estoy escribiendo en este papel. No tengo ambiciones. Hablando friamente (de la única manera que ahora sé hablar), me he convertido en una sombra en este mundo. Mi existencia no tiene objetivo ni sentido. Ojalá pudiera volver a sentir frío o calor, esas sensaciones que me volvían loco y que ya no recuerdo más que por su nombre.

No entiendas estas palabras con tristeza o frustración. Las digo con la seguridad firme, científica, casi indiferente, con la que vivo cada día de mi vida. Me da lo mismo estar que no estar, pero ¿para qué sirve estar en estas condiciones? Tarde o temprano moriré, y hasta entonces esta tibieza seguirá acompañándome, como lleva haciendo tanto tiempo. ¿Por qué no acelerar el proceso? Sé que a muchos les sorprenderá esta decisión que he tomado. Puede que a alguno le haga daño mi ausencia. Pero también eso me resulta tibio e indiferente.

A ver si así, en el efímero momento en el que apriete el gatillo, me deje caer de la banqueta, clave la cuchilla o salte al vacío, siento algo.

Cualquier cosa.

Atentamente:
***




--

1 comentario:

La Loca dijo...

Te recomiendo "La Naúsea", de Sartre. Si es que no lo has leído ya...