jueves, 18 de septiembre de 2008

VOLAR - Capitulo 1. (Sabor)

Mi primer recuerdo es el olor a aceite, duro e intenso que cubría las manos de mi padre. En la escuela te sorprende que nadie sepa la diferencia entre un calibre 32 con recubrimiento de teflón, a otra con recubrimiento de cobre. Explicas a tus compañeros como cargar un arma, y seas la referencia para las películas de guerra. Haciendote el rey del recreo, mientras los demás flipan con las historias de caza, y con las fotos de armas semiautomáticas que traes a clase. Las primeras pistolas de aire comprimido que confiscan en el intituto las vendes tu, y con eso te compras el skate y un walkman. Recibes no sé cuantas broncas de más de un profesor, y a otros en cambio, los ves por la tienda. Pero en general fue una suerte que mi padre tuviera una tienda de armas, anteriormente de mi abuelo que se la dejó al morir. Me pasaba todos los fines de semana en el campo, los veranos durmiendo a la intemperie, para que al volver todos te pregunten donde has estado, que qué has cazado, que si has matado alguna vez. Las navidades eran tiempos para estar en la tienda, empaquetar rifles, cuchillos de supervivencia, cajas de cartuchos, y de más cosas que no te sorprenderían. Y poco a poco , ese mismo olor, va impregnandose en tus manos, vas haciendo tus amigos de cacerías, hijos de otros cazadores que ya no eran fácilmente impresionables, pero con quienes podías mantener discusiones tan interesantes sobre el número de puntas del ciervo que cazó tu padre el año pasado, el campeón de caza, las quejas nuestros padres sobre la ley de caza de 1995 o las alabanzas a la reforma regional sobre la caza de perdiz con reclamo y de liebre con galgo. De esa época guardo dos amigos, Julito, que era hijo de un fabricante de conservas gallego muy amigo de mi padre, y Sara. Como es normal, o a mi me lo pareció, desde los 12 años julito y yo estuvimos enamorados de Sara, y ella nos consideraba sus mejores amigos. Vimos como besaba por primera vez a Andres Montera, y como tuvo que irse a la mañana siguiente con el pelo lleno de cola y chicle. Eramos niños y nos movíamos por un entorno donde la muerte estaba presente en todo momento, el ciclo completo de la vida se servía en la mesa. Había seres supoeriores, nosotros que teníamos la capacidad, y el derecho de quitar la vida a los animales, mirándolos cara a cara, y exhibiéndolos en nuestros salones, en nuestros platos como trofeos que demostraban que el ser humano, de la mano de dios, había llegado a la cúspide de la evolución. Era un deporte, una forma de vida, la filosofía que devolvía a los orígenes del ser humano. Porque la gente que va al supermercado no presencia la muerte del animal, no se enfrenta al animal, y a su agonía, y luego nos iban criticando. Ya fueran compañeros de instituto, profesores, o amigos sentías en sus silencios la crítica, y cuando no callaban era peor. Te tildaban de asesino, violento, e inhumano, justamente cuando los inhumanos eran ellos que solo veían la carne, y no se enfrentaban a los ojos del animal que iban a comerse. La actitud cobarde de quienes olvidan que para sobrevivir hay que matar, y ninguno estamos libres de pecado. Mi segundo recuerdo es el sabor de los labios de Sara, la noche de su diecisiete cumpleaños. El tercero el sonido del teléfono en la tienda, el día que mi padre murió en un accidente de tráfico.

2 comentarios:

Tatus dijo...

Muy bueno Lulú, ya tengo ganas del segundo ;)

Borja Echeverría Echeverría dijo...

Esta muy bien, mi padre también solía cazar.
Antes se vendían pistolas de aire comprimido, canicas o cromos. Ahora para ganarte unas pelas tienes que aprender a piratear la psp, renovarse o morir jj.