jueves, 19 de junio de 2008

Elegía del Martes

- Entre fulgores nocturnos nací, engalanado de una oscuridad lunar jalonada de medianoche. Tan previsible y sorprendente como siempre. Un reloj de cuco hizo de comadrona, revestida de argénteas campanadas, atendiendo con sonoridad mi infalible y atemporal nacer. En aquella fisura temporal que se desgrana entre los segundos me presenté.

“¿Para qué vivir? Siento cómo esa pregunta que reverbera en mi interior desde mi primera conciencia se alimenta de los ecos de millones de seres como yo, que tuvieron las mismas dudas. Entes de polvo y ceniza ahora. Y entre ellos, mi pasado se desvanece, en el vacío que hay tras la interrogación. Una respuesta jamás esbozada, una página blanca, que revela más que todos los ensayos de la Historia juntos.

“Parece lógico pensar que un acontecimiento tan determinado como el nacimiento de una nueva vida debe tener implícito una justificación externa. Esa certeza intuitiva me tortura con su infalibilidad, pues no me conformo con aproximaciones metafísicas. Hay algo más que escapa a mi percepción y me pregunto si importa que exista realmente o no. Tal vez sólo se nace para morir. Triste pensamiento, sin duda, pero a estas alturas qué me importan las convenciones.

“Un lunes fue mi útero, donde gesté mi efímera grandeza. ¡Qué sueños no llegué a alcanzar entonces, cuando sólo el mundo onírico existía! ¡Qué grandes los cielos que rocé con mis yemas aún inexistentes! En boca de todos, mi nombre devoraba ávidamente el cuerpo decadente de mi madre, la Luna. ¡Qué iluso creer que a la par que un ayer fue mi fecundación, un mañana no sería mi tumba! Allí lo oigo, alimentándose ya, mi Edipo sucesor...

“¿Por qué ha de existir un martes, si está condenado a convertirse en miércoles? Toda felicidad pierde importancia ante la inexorabilidad de su olvido. ¿Quién recordará mis risas cuando solo puedan contemplar mi lápida? ¿Quién pensará que bajo esa fría losa de piedra impersonal hay un corazón que latió con horas repletas de vida, minutos madurando a la sombra de las agujas, segundos jugando con la infinita pequeñez? Un corazón que pudo amar su latido y el ajeno... ¿Quién pensará en mí cuando pase la medianoche?

“¿Por qué obcecarse en buscar algo más allá? ¿Es porque lo siento en mí? ¿O porque no puedo soportar la idea de semejante vacío sin propósito?

- Lo importante no es el futuro sin ti, padre, sino el presente contigo.

- Así que vienes a relevarme, hijo mío, Mercurio alado.

- Aún no. He adelantado mi llegada.

- ¿Por qué?

- Porque no puedo dejarte ir así. Antes de morir, debes comprender...

- ¿Quieres justificar tu futura acción? No es crimen matarme. Yo no sentí remordimientos por mi madre. Tú tampoco debes sentirlos por mí.

- Esto supera los remordimientos. Se trata de la grandeza de la inmortalidad, padre. Debes entender. Por favor, escúchame.

- Me desvanezco ya con el uno de las once. Puede que el segundo cincuenta y nueve nos conceda cierto tiempo de más. Con mis últimos hálitos te escucharé, pues más no puedo hacer.

- Gracias, padre.

“Escucha cómo el mundo sigue siendo el que era antes. Siente en ese corazón aún palpitante la belleza que está oculta tras la monotonía de la sucesión de nuestras vidas. Una beldad que supera todo nuestro pesimismo, que lo transforma en armonía.

“Tu vida acaba y empieza la mía, y a través de mí la tuya cobra un nuevo sentido. Más allá de la muerte, de tu muerte, existe un sentido. La continuidad, padre, te hará inmortal. El lunes vivió y murió, tú viviste y morirás, y yo cederé el trono a Júpiter, que también verá su rayo marchitarse. Y todos juntos, en perfecta sinergia, formaremos algo más grande que nosotros mismos. Algo que en vida jamás podríamos haber soñado ni concebido.

“Juntos, padre, los que ya no estamos formaremos una semana. Y en ella no solo rozaremos el cielo, sino que lo pintaremos con las nuevas estrellas de nuestra propia eternidad.

“Las semanas formarán meses, años, siglos... y todos seremos uno, pasado y presente y futuro, cantando las notas de la utópica atemporalidad, engrandeciéndonos siempre hasta mecernos en el prístino infinito.

“Padre, es la hora de que aportes tu parte a ese Todo. Te espera, no lo defraudes.

- Gracias por tu compañía. Ahora ya eres, hijo. Hasta pronto.

- Hasta el renacer, padre. Hasta siempre.

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