miércoles, 9 de julio de 2008

Tengo una corneta

Quieto. Y firme, como un trozo de muro. Garita de madera roja a su espalda arrojaba algo de sombra a sus piernas, que iba creciendo así se movía el sol. Garita de madera roja y rojo sol de esparto. Que araña la cara del hombre, que corta la piel en tiras de bacon. La tela verde y negra que le cubre se va haciendo más pesada.

Quieto. Y firme, dijo. Firme, soldado. Soldado, soldado de primera, cabo, cabo primero, cabo mayor, sargento, sargento primero, brigada, subteniente, suboficial mayor, alférez, teniente, capitán, comandante. Y teniente coronel. Firme, soldado, firme como un candelabro en una mesa. No se va a mover de aquí en dos días. Y si vienen dos negros y le hacen su exclava, usted no se mueve de aquí. Y si vienen dos blancos y le cortan las pelotas, usted no se mueve de aquí. Y si vienen los cuatro de antes juntos y se ponen a quemar banderas aquí delante suyo, usted no se mueve ni para tocar la corneta. Ahí arriba tengo a cuatro tíos con cuatro AW de 7.62mm que ya se encargan de tocar algo más util que el instrumentito musical éste que tiene usted. Soldado. Firme, soldado. Sí, mi teniente coronel.

No fueron cuatro hombres, ni blancos ni negros. Ni fue una bandera lo que quemaron. Ni uno de aquellos jóvenes de piel de cobre que alguna vez habían aparecido con un bidón de gasolina y una cerilla. Solamente fue un perro redondo y el niño que corría detrás. Patada a patada, el perro corría trabándose las patas como gordas lenguas sobre la tierra. Fútbol, fútbol. Cantaba el niño, tomando al perro por lata vacía. Y en un giro, un poco torpe, diose la vuelta el perro y clavó un colmillo en el tonto pie del pequeño maradona. No brotó mucha sangre, pero bastaba para hacerle caer y llorar.

No fueron cuatro hombres ni una pira humana, ni pasaron más cosas relevantes durante las treinta y siete horas que faltaban para hacer los dos días. Pero fue un momento, un momento. Basta un momento, un momento. Un momento en que el niño dejó de llorar y ya no ladraba el perro, cansado. Hubo un momento en que ambos le miraron, a un mismo tiempo. El niño muy serio y el perro aún temblando. Y pareció que ambos le reprochaban el no haberse movido. Así sonó en su cabeza, durante las horas que fueron quemándose en su pecho. El rojo sol y ese estúpido pensamiento.

Y el perro hizo "guau".

3 comentarios:

Morsa dijo...

Buenos días, señores Tinteros...

Daros las gracias por la invitación, y un abrazo.

Es curioso lo que se siente al obedecer...

Más abrazos,
Mott Gordon.

Tatus dijo...

Grande Morsa, grande :).. si, es curioso lo que se siente al obedecer.. todo pasa por encontrar aquello en lo que uno se siente realmente implicado.. un abrazo.

Anónimo dijo...

Me gustó el final.

Gracias.