viernes, 3 de octubre de 2008

VOLAR - Capitulo 2. Atado

“Despierta cabrón” Gritaba mi madre, a la vez que el despertador “Eres un maldito holgazán, cómo te crees que tu padre y tu abuelo mantuvieron en pie la tienda”. Me dirijo al baño, y siento que todo da vueltas. Me duele la cabeza y apesto a alcohol. “¡¡¡Son las 9:30!!!, cómo no abras hoy a la hora” Me doy una ducha, tomo un café, y cojo el coche a la tienda. Mejor desayunar fuera de casa, parar en una farmacia a por gelocatil, en la guantera ya no me quedan. Desayuno en los Manolos, y mientras miro como el plato de churros se pierde en el vacío, las arcadas me vuelven. “Despierte” La camarera me toca el hombro, siento como la babilla me cuelga, y sin decir nada me voy al baño. Mierda de vida. Me quedo sentado en la taza del water y saco un rotril de mi bolsillo. Escribo no me acuerdo qué gilipollez sobre la pared. Poco a poco me recupero, y miro el reloj, son las 9:57, más vale que vaya a la tienda.


Cuando entro Roberto ya ha abierto las persianas y todo parece en funcionamiento. Si mi madre me dejara le hubiese vendido la tienda. Con ese dinero y la pensión de mi padre, hubiese trasladado a mi madre a Antequera, para que disfrutara del sol y dejara de joderme con sus sermones. Sin él todo se hubiese ido al garete, y sin mi madre detrás, creo que él se hubiera ido sumando sueldo tras sueldo hasta vacíar las cuentas. Pero otra cosa no pero tocar los cojones, eso sí que sabe mi madre, y lo mismo de cuentas. A veces pensaba que se tiraba a mi madre, luego cuando me tiraba a su hija, me enteré que no, que a él le iban otras cosas. Entre los dos hacen un gran equipo, y cuando estaba mi padre, dicen que la tienda iba viento en popa. Ahora vamos bien, sobrevivimos y en navidades nos forramos. Se nota que cada vez más se extienden los rancios abolengos, y las camisetas de monta, hemos ampliado la sección de ropa porque es la preferida de las niñas. Cada vez más perifolladas, doblamos el precio cuando les vemos entrar con los dejes de salamanca, y el bien hacer de la rozas. Pero son las que nos dan de comer, mientras los clientes de siempre, los que saben de la calidad del cuero, quienes saben distinguir una escopeta china, de una obra fabricada en Guipúzcoa por el ruido del percutor, son a los que mi padre llamaba señores, y antes de eso mi abuelo les servía un vino en la trastienda. Ahora son cada vez menos, nuestros contactos, unos se han ido muriendo, otros los he ido perdiendo.


Suena el teléfono y es mi madre, le pido que lo coja Roberto, y que le diga que estoy en el almacén, haciendo el recuento para terminar los pedidos. Por suerte me viene un excusa mejor, me llama Sara al móvil. Se disculpa, me dice que me tiene abandonado, que ahora tiene mucho trabajo. Está terminando el proyecto de fin de carrera, y encima las clases particulares la tienen hasta las mil los fines de semana, quiere conseguir dinero para que este verano recorramos juntos el sur de Italia. Pienso en decirle que no se preocupe que yo tengo dinero, pero como siempre entramos en la discusión prefiero que haga como quiera, y dejarlo todo en paz. Nos reímos un buen rato y quedamos en vernos. Al instante mi madre, me llama directamente al movil, y cuando le digo que estaba hablando con Sara en lugar de insultarme no para de adularla, y repetir que es lo único bueno que tengo, que espera que no la cague, y algún día nos casemos. Como si esa fuera la solución a todo, el punto y final.

1 comentario:

Tatus dijo...

Bueno tio, muy bueno... tengo ganas de seguir leyendo.. :)... una gran incorporación al club, si señor..