martes, 20 de enero de 2009

Ha quedado...

Actualizado con cambios que me han propuesto..

Ha quedado hace cinco minutos, pero sigue apoyado en el sofá, mirando por la ventana que le separa de una bruma que parece venirle a buscar. La luna ha querido bajar a bailar con las farolas, suspendidas entre las nubes, creando pequeños globos de luz en el aire, solícitas, mientras ella se esconde, ruborizada, tras los edificios.

Ha quedado hace diez minutos. El cristal se empaña a cada bocanada de humo. El asfalto está barnizado de una fina capa de húmeda nostalgia.

Recuerda el sitio en el que ha quedado, con su ancha pérgola bañada en hojas y flores, sus ojos redondos como pequeñas bolas de cristal en las que adivinar un futuro, las mesas abarrotadas, su ilusión, su magia, el pan caliente con brie, el calor del verano, sus manos extendidas sobre la mesa para coger las suyas. Se le aparece como un retrato en fotografía, el fondo borroso, los detalles escasos, tan sólo esos ojos llenos de vida y promesas.

Ha quedado hace quince minutos. Pero las hojas hace tiempo que marchitaron, piensa, y recorrerá las dos calles entre la bruma, pasando los pequeños chalets de visillo y luz en una ventana, la vieja escultura tirada en mitad de la calle, los coches sobre la acera, el cigarro que no se dejará liar con el frío, una señora paseando un perro, un punky y el sonido de sus llaves con cada zancada... ¿Para qué?..¿Por qué ir? para llegar a un cementerio de ilusiones, la pérgola desnuda, las mesas desiertas, empapadas, el interior de madera, recargado, con sus camareras con ganas de cerrar.

Ella estará mirando su reloj, llega tarde y no es habitual, ya nada lo es; pedirán el pan con brie, cerveza y clara con limón, como si los posos comunes fueran a suavizar el abismo entre los dos. Él se estremecerá, como si hubiera visto un fantasma del pasado, la mirará, pero la ilusión se habrá borrado, dejando unas cuencas negras, que ella dirigirá rápidamente al suelo. Algunas distancias son imposibles de recorrer. Él mantendrá la cabeza alta, orgulloso, la mirada inquisitiva, la rabia hirviendo la sangre. Ella simplemente estará ahí, la cabeza agachada, la boca intentando sonreír. Y le mirará, levantará la cara y le mirará y, en ese segundo en que el tiempo se detiene y puede uno dedicarse a contemplar la fotografía, no habrá palabras, solo ideas evaporadas por las cuencas y engullidas por unos ojos en busca de respuestas. Le pedirá un cigarro y surgirán las palabras, vomitadas con el humo, desordenadas, atropelladas, distintas a las que había pensado para el momento.

Apaga el cigarro en el cenicero del alféizar y llena sus pulmones de niebla. Coge la riñonera apoyada en el sofá y la cazadora, entra en su habitación, las cuelga, se desnuda y se mete en la cama. Ha quedado hace veinte minutos.