martes, 3 de marzo de 2009

2008-01-29: NOCHE



--

Este texto comenzó siendo una conversación que transformé en entrada de blog. Luego pasó a ser una escena teatral que nunca se llegó a representar por no llegar el momento adecuado (gracias, Paloma y Jose, por haber intentado dejaros dirigir). Nunca tuvo más título que el de esta entrada, a pesar de lo que significa para mí. Lo rescato del cajón donde estaba, esperando a ser representado, porque hoy me he sentido exactamente igual. Poca gente conoce esta parte de mí y, de esos, sólo un par la entiende. Curiosamente, hace un año, un mes y un día de aquella noche, tan lejana en tantos sentidos. Hace un año, un mes y un día que no llamo a esa mujer. Pero hoy, en cuanto publique este texto y apague la luz, volveré a llamarla.

---------------------------------------

(Una habitación ni demasiado grande ni demasiado pequeña en algún lugar de Madrid. No está especialmente desordenada. Hay un cuarto de baño, una cama, un armario empotrado, una pequeña nevera y dos mesas que forman una ele. No hay luna en la noche, pero de haberla entraría sin dificultades por la ventana. MIGUEL está recostado en una silla, la cabeza echada sobre el respaldo, los pies sobre la mesa que forma la base de la ele. Sostiene en sus manos un portaminas y varios papeles con ecuaciones. Sobre la mesa, lo que parecen ser apuntes desperdigados, y un ordenador en el que brillan las soluciones de una anónima convocatoria de Redes de Ordenadores. MIGUEL observa un punto impreciso entre el techo del cuarto y el cielo infinito que se muestra tras el cristal que le protege del frío invernal.


Miguel

MIGUEL cierra los ojos al tiempo que respira muy profundamente. Vuelve a abrirlos con lentitud.)

M.- Sabía que vendrías.
E.- Me has llamado.
M.- (Hace una pausa) Se me hace difícil llamarte. En parte, no me gusta cómo me haces sentir.
E.- ¿Cómo te hago sentir?
M.- Débil.
E.- No son más que manías tuyas. No eres débil porque de vez en cuando te sientas…
M.- No lo digas.
E.- Entonces, ¿por qué sigues llamándome?
M.- Es una de esas noches en las que quería verte.
E.- Dijiste que no te gustaba cómo te hago sentir.
M.- Dije “en parte”.
E.- ¿Para qué necesitabas verme?
M.- No lo necesito.
E.- Acabas de decir…
M.- No necesito verte. Quiero verte.
E.- Es retórica.
M.- Es una diferencia importante.
E.- Para ti.
M.- Exacto. Para mí.
E.- Entiendo.
M.- ¿Quieres una cerveza?
E.- No tienes.
M.- Vaya. Me apetecía una cerveza.
E.- ¿Por qué?
M.- Es la postura. Invita a beber. Y rara vez rechazo una invitación.
E.- Lo sé.
M.- Realmente necesito una cerveza. Mi alma necesita una cerveza. ¿Cómo sabías que no tenía?
E.- Si la tuvieras, no me habrías llamado. La habrías utilizado para olvidarte de mí.
M.- Aunque no tenga cerveza, sé cómo es la sensación que producen. Beberé una, aunque no tenga. Pensaré que la tengo.
E.- ¿Para qué querías verme?
M.- Ya lo sabes.
E.- Sí. Pero tienes que decirlo.
M.- Un día largo y sin compañía, una noche en vela delante del ordenador, la calefacción ahuyentando el frío… Es un momento para compartir. Quería compartirlo contigo. Quería verte.
E.- Miguel…
M.- ¿Qué?
E.- No estoy aquí.
M.- Ya…
E.- No me ves. No me has visto nunca. No sabes siquiera si existo.
M.- Sí que existes. Lo sé.
E.- ¿Por qué lo sabes?
M.- Porque no sé que aspecto tienes, pero sé cómo me hace sentir el que no estés aquí. Conozco el cosquilleo que me produce tu sonrisa, aunque no la he oído nunca. Sé cómo me embriaga tu voz. Sé cómo huele tu pelo, cómo suena tu respiración, a qué sabe tu cuello. Miro la cama donde imagino que estás sentada y veo el agujero que deja tu ausencia. Casi puedo tocarte, porque sé exactamente la forma que tiene el vacío donde deberías estar. Sé que es real, porque hasta el aire que lo rodea parece echarte en falta.
E.- Eso es sólo una sensación. No es una certeza.
M.- Puede. A mí me basta.
E.- Por más que creas que existo, no hay manera de estar seguro.
M.- Cada persona que conoces te produce una sensación. Yo estoy haciendo el proceso al revés.
E.- ¿Tratas de que una sensación produzca una persona?
M.- No. Sé cómo me hace sentir esa persona. Sólo tengo que encontrarla… Sólo tengo que encontrarte.
(Pausa)
E.- Eso es…
M.- No lo digas.
E.- … muy bonito.
M.- Mierda.
E.- Pero sabes que las cosas no son así.
M.- ¿Por qué? ¿Por qué no van a ser así? ¿Por qué no pueden ser así?
E.- Miguel…
M.- ¡Dímelo! ¿Por qué te dedicas a aplastar esa puñetera ínfima esperanza?
E.- Miguel, me has llamado para eso. En parte, quieres que alguien te ate los pies en la tierra para no pasarlo mal. Quieres que sea yo la que te lo diga, la que te obligue a no sufrir por mí.
M.- Tienes razón.
E.- Eres tú el que la tiene. Tú pones las palabras en mi boca.
M.- Siento que algún día estarás aquí, llenando los vacíos que hay el aire en noches como ésta.
E.- Adoro que lo sientas. (Pausa) Miguel…
M.- ¿Qué?
E.- Dilo. Di por qué estoy aquí, contigo.
M.- No quiero decirlo.
E.- Eso no es cierto. Quieres decirlo. Quieres decírmelo. O no me habrías llamado.
M.- Dijiste que te había llamado para ponerme los pies en la tierra.
E.- Dije “en parte”.
M.- (con dificultad) Me siento solo esta noche.
E.- (Sonríe, satisfecha) Sabes que es sólo esta noche. Que la soledad no dura para siempre.
M.- Lo sé.
E.- Que algún día estaré aquí.
M.- Lo sé.
E.- Yo también quería verte (desaparece).
M.- Hasta pronto.


--