martes, 22 de julio de 2008

Me tenía que tocar a mí...

Mierda. He oído la vibración. No me lo he imaginado. Mi dedo está caliente. ¿Y si tiro el móvil lejos? No sirve de nada. Es sólo un segundo. No hay tiempo. Malditas pilas nucleares. Me leí las instrucciones. No tienes que recargar el móvil nunca. El precio no parece muy alto. Sólo una en un millón da "problemas". "Problemas" es que se borre la memoria y pierdas los números de teléfono de tus colegas. Esto no es un problema. Se acab...

miércoles, 16 de julio de 2008

¡Hay un mono sentado a mi lado!

Hay un mono sentado a mi lado en el banco del parque. No sé por qué me metí en este parque, o por qué fue en este banco. Pero a poco de hacerlo, bajó un mono y se sentó a mi lado. Supongo de un árbol. Yo solamente le oí caer y ahí estaba luego, agitándose para coger el equilibrio adecuado. A mi lado, en este mismo banco. En este mismo parque.

La gente que pasa nos mira. O más bien mira al mono. Les entiendo, ¿qué interés tendría yo si no tuviese a este pequeño ser peludo junto a mí? Miran al mono porque no es frecuente. En un parque. Hay miles de tíos sentados en esta ciudad, pero pocos monos. Y entonces la gente te mira. Aún no se ha parado alguien, pero alguien lo hará. Es lo normal cuando ocurre algo anormal: alguien acaba por querer mirar más de cerca. Son grados de curiosidad que chocan con la tendencia de seguir haciendo lo que uno hacía.

El mono no hace nada especial. Simplemente está ahí. Y yo tampoco quiero mirarle muy directamente por si se pudiese ofender u asustar. No es muy correcto mirar a alguien a la cara si no le conoces. En un banco, en un parque. Aunque el mono no parece entenderlo muy bien, porque hace un pequeño rato que no deja de mirarme. A la cara, sin conocerme.

No sé muy bien qué hacer.

Y el mono dijo una cosa y nada más: "Ahora estoy aquí y luego me marcharé. Así son las cosas y así están. Y nada más".

miércoles, 9 de julio de 2008

Tengo una corneta

Quieto. Y firme, como un trozo de muro. Garita de madera roja a su espalda arrojaba algo de sombra a sus piernas, que iba creciendo así se movía el sol. Garita de madera roja y rojo sol de esparto. Que araña la cara del hombre, que corta la piel en tiras de bacon. La tela verde y negra que le cubre se va haciendo más pesada.

Quieto. Y firme, dijo. Firme, soldado. Soldado, soldado de primera, cabo, cabo primero, cabo mayor, sargento, sargento primero, brigada, subteniente, suboficial mayor, alférez, teniente, capitán, comandante. Y teniente coronel. Firme, soldado, firme como un candelabro en una mesa. No se va a mover de aquí en dos días. Y si vienen dos negros y le hacen su exclava, usted no se mueve de aquí. Y si vienen dos blancos y le cortan las pelotas, usted no se mueve de aquí. Y si vienen los cuatro de antes juntos y se ponen a quemar banderas aquí delante suyo, usted no se mueve ni para tocar la corneta. Ahí arriba tengo a cuatro tíos con cuatro AW de 7.62mm que ya se encargan de tocar algo más util que el instrumentito musical éste que tiene usted. Soldado. Firme, soldado. Sí, mi teniente coronel.

No fueron cuatro hombres, ni blancos ni negros. Ni fue una bandera lo que quemaron. Ni uno de aquellos jóvenes de piel de cobre que alguna vez habían aparecido con un bidón de gasolina y una cerilla. Solamente fue un perro redondo y el niño que corría detrás. Patada a patada, el perro corría trabándose las patas como gordas lenguas sobre la tierra. Fútbol, fútbol. Cantaba el niño, tomando al perro por lata vacía. Y en un giro, un poco torpe, diose la vuelta el perro y clavó un colmillo en el tonto pie del pequeño maradona. No brotó mucha sangre, pero bastaba para hacerle caer y llorar.

No fueron cuatro hombres ni una pira humana, ni pasaron más cosas relevantes durante las treinta y siete horas que faltaban para hacer los dos días. Pero fue un momento, un momento. Basta un momento, un momento. Un momento en que el niño dejó de llorar y ya no ladraba el perro, cansado. Hubo un momento en que ambos le miraron, a un mismo tiempo. El niño muy serio y el perro aún temblando. Y pareció que ambos le reprochaban el no haberse movido. Así sonó en su cabeza, durante las horas que fueron quemándose en su pecho. El rojo sol y ese estúpido pensamiento.

Y el perro hizo "guau".