martes, 19 de agosto de 2008

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Iba a ser una promesa
y en palabra me quedé.
Iba para princesa,
pero ya
no.

Me vendieron una moto
vieja
que me compré;
que ya no anda, la burra,
es sua culpa.
La mía,
no.
No puede ser.

Y es un mundo cenizo
y de ceniza
son las horas
que me fumé.

A veces veo luces,
me falta azucar,
dicen
los viejos.
Pero somos seres con sacarina,
llenos de botones
y de
sed.

Extraño los tiempos de fe.

Hoy, y aquí, en mi curro.
Un Curro.
Jiménez
que no torea,
ya no torea.
Ya no toreo,
pero,

un día,

volveré



,

lunes, 11 de agosto de 2008

Atrás...

Lo que dejaba atrás cerrando aquella puerta no lo supe hasta mucho después; la mochila al hombro, el bolsito en el otro y una mirada al patio mientras dejaba las llaves en el buzón. En el asiento del vagón, la mirada centrada en el suelo granulado del metro, echando un ojo de vez en cuando a la parada, con la mente perdida en las últimas semanas. En el par de transbordos la energía se me fue esquivando a los pasajeros, tratando de retener pensamientos, concentrado en todo lo que no entendía de lo que había pasado. Algunas veces hay que esperar, recordaba de aquel libro de Murakami; otras no, me dije, otras hay que alejarse, de la podredumbre, del hastío, de la estabilidad. Méndez Álvaro. Me quedé absorto delante del panel, salían en menos de media hora más autobuses de los que podía retener. Cuando no se tiene muy clara la meta, da igual el camino que uno coja. Cuando la meta está en uno mismo, con mayor motivo. Localicé el más lejano, me dirigí a la ventanilla y compré un billete, ante la extrañada mirada de la vendedora -aquí todo el mundo debe comprar el billete una semana antes -pensé. Compré una botella de agua, bajé al andén, dejé la mochila en el portaequipajes y, frotando la hoja de eucalipto de mi bolsillo, subí al autobús.

jueves, 7 de agosto de 2008

Encontrando versos

Hace mucho, mucho tiempo un joven estudiante de telecomunicación se enamoró profundamente de una bella chica.

Él quería impresionarla con alguna muestra de imaginación y creatividad, así que se propuso crear un soneto que la enamorase. Un soneto es un poema formado de catorce versos endecasílabos distribuidos en dos cuartetos y dos tercetos. Pero el pobre era muy malo expresando sus sentimientos. Empeaba a escribir del amor, de la belleza de sus ojos, del latido de su corazón... Pero no encontraba exactamente lo que quería decir. El estudiante desesperado, decidió acudir a lo único que se le ocurrió: la tecnología.

Por aquél entonces no se le podía pedir a los ordenadores lo que se quería y ya está. Había que saber escribirlo en un idioma especial. Se llamaba lenguaje de programación, porque servía para escribir programas. Así que el chico escribió un programa en el que el ordenador le devolviese por pantalla todos los sonetos posibles, fruto de la mezcla aleatoria de todas las palabras que existían por aquél entonces. Su razonamiento fue que si escribía todos los sonetos posibles, tal vez podría encontrar aquél en el que expresase exactamente lo que sentía...

Muchas noches pasaron y el joven dedicaba sus horas de sueño a navegar entre aquél mar de versos. Hasta que una calurosa noche de agosto encontró su soneto. Inmediatamente fue a buscar a su chica para recitarle aquel pedazo de su alma...